viernes, 28 de septiembre de 2012
LA ARQUEOLOGIA COMO
HISTORIA EN LA OBRA DE CARLOS ANGULO VALDES
Por Jorge Villalón
Texto publicado en la Revista Jangwa
Pana No. 2. Santa Marta: Programa de Antropología de la Universidad del
Magdalena, 2002.
El 9 de Julio de 2001, falleció en Barranquilla el arqueólogo Carlos Angulo
Valdés a la edad de 87 años, después de haber trabajado durante más de medio
siglo en la reconstrucción de la historia temprana del Caribe Colombiano. Este
trabajo pretende hacer un recuento de su trayectoria como investigador, una
síntesis de sus mas importantes aportes a la arqueología y, dentro de lo
posible, señalar los posibles derroteros investigativos que se desprenden de su
minuciosa y contundente obra. En ningún caso se trata de un estudio exhaustivo,
como tampoco de una biografía, sino que mas bien se quiere ofrecer una visión
histórica de la arqueología del norte de Sudamérica, tal cual la entendió el
propio Angulo, cuando repetía una y otra vez su frase preferida: “La arqueología
es historia o no es nada”.
Las raíces de Carlos Angulo se
encuentran en Ciénaga, por parte de madre, y en Baranoa por parte de padre.
Hijo de una familia sencilla, estudió primaria en Barranquilla en un colegio
del Barrio Abajo y luego hizo su secundaria en la Escuela Normal del Litoral
Atlántico, en donde obtuvo el título de profesor de básica primaria. Después de
un tiempo de trabajar como maestro en una escuela de primaria, se hizo
merecedor a una beca en la Escuela Normal Superior en Bogotá en donde obtuvo el
título de Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, un período de su vida
muy fructífero en el cual tuvo la suerte de aprovechar las enseñanzas de
destacados profesores colombianos, y sobre todo, de un grupo de científicos que
vivieron en los años cuarenta en Bogotá como refugiados de la segunda guerra
mundial, entre ellos el español Pablo Vila, los alemanes Gerhard Masur y Rudolf
Hommes. Durante su permanencia en la Escuela Normal Superior aprovecha muy bien
su tiempo y estudia en forma paralela en el Instituto Etnológico Nacional que
dirigía Luis Duque Gómez. Cuando estaba culminando sus estudios en 1946, a los
32 años de edad, y en razón de haber sido un gran estudiante, tuvo la
oportunidad de quedarse como profesor de la cátedra del distinguido geógrafo
español Pablo Vila, quien había aceptado un puesto en Venezuela y pensó en
Carlos Angulo como la mejor opción en remplazo de sus cursos de la Normal
Superior. Tuvo además, en ese momento, otra gran oferta para participar como
investigador en un proyecto nacional de la Contraloría General de la República
para hacer una geografía de Colombia. La tercera oferta la recibió en el mes de
Marzo de 1947 desde Barranquilla por parte del rector de la recién fundada
Universidad del Atlántico, don Rafael Tovar Ariza, quien le solicitaba que
regresara a Barranquilla para que se pusiera al frente de la tarea de dirigir
el Iinstituto
de Investigación Etnológica, creado el 28 de Enero de ese año. Rara vez en la vida se le presentan a una persona tres posibilidades
tan buenas como las que tuvo Angulo que lo puso en una situación muy difícil
para decidirse por una de ellas. En primer lugar intentó descartar la oferta
del rector Tovar, para esto le envió una amable carta en la cual le dice que
acepta el puesto, pero le adjunta una lista de exigencias tan grandes, que el
rector no pudiera satisfacer, luego desistiera de sus deseos para que de esta
manera no perdiera tan valiosa amistad. A vuelta de correo, Angulo recibió un
breve telegrama en el cual el rector
Tovar le manifestaba que aceptaba todas sus exigencias y que los pasajes
estaban a su disposición en el momento que lo quisiera. Como Angulo fue siempre
un hombre de palabra, no tuvo mas alternativa que regresar a Barranquilla para
ponerse al frente de la tarea de fundar una disciplina y de crear de la nada un
museo arqueológico.
Cuando comenzó su trabajo a mediados
de 1947, en Bellas Artes solo disponía de una sala y no tenía un presupuesto
para el funcionamiento del futuro instituto. Los primeros recursos los obtuvo
gracias a unos contactos con políticos de la Asamblea Departamental y contó con
la ayuda de sus profesores de Bogotá y de sus compañeros de estudios repartidos
en varios lugares de Colombia. En esta primera etapa intentó atender tres frentes
de manera simultánea: Iniciar la investigaciones etnológicas y arqueológicas,
preparar una revista especializada y organizar las primeras muestras para un
museo arqueológico.
Con los conocimientos que disponía
en ese momento, realizó excavaciones arqueológicas y sondeos en Tubará, Cipacua, Mequejo, Malambo y
Salgar. Estas actividades se combinaban con cursos de etnología y con
conferencias de visitantes del interior del país. Con la ayuda de la Sociedad
de Mejoras Públicas se construyó en el antejardín de Bellas Artes un mapa en
relieve de Colombia, que en el último medio siglo ha maravillado a miles de
jóvenes y adultos que visitan tan curiosa obra pedagógica.
Con la colaboración de Luis Duque Gómez del Instituto Etnológico Nacional,
se trajeron reproducciones perfectas de las estatuas de San Agustín y se
dispusieron en pedestales en los jardines de Bellas Artes. Estas estatuas
fueron construidas especialmente para soportar las inclemencias del clima y
todavía se pueden ver en medio de los arboles del jardín de Bellas Artes, las cuales aun se conservan en el mismo lugar como observadoras
mudas del acontecer de ese lugar tan especial. En una de las tres salas
asignadas se presentaron restos de los grupos Guahibo, Motión, Kofán y Guajiro.
Había cerbatanas, diversos tipos de flechas, tejidos de palma, canastos,
chinchorros, flautas de pan, etc. En otro salón se pudieron organizar muestras
de los Chibchas y de los Quimbayas. Al inicio del museo se destinó una sala
para el sitio de Tubará, que en ese momento se presentaba como el sitio más
interesante debido a la variada cantidad de objetos que se habían recopilado
durante el año 1948, que eran hachas, cerámica y momias.
Siempre bajo la dirección de Carlos Angulo, se comenzó a editar la revista
Divulgaciones Etnológicas. El primer número apareció en 1950 con artículos de
Angulo y de otros estudiosos e
interesados, quienes publicaron artículos de notable nivel académico, como por
ejemplo, las experiencias de Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff, de Aquiles
Escalante, de Roberto Castillejo, entre otros.
El grupo de intelectuales que se
congregaba alrededor de Angulo, se fue constituyendo en un comité de apoyo a
las actividades del Instituto, en donde se llevaban a cabo a menudo unas
tertulias sobre diferentes aspectos que rebasaban lo meramente etnológico.
Durante este período posterior a la segunda posguerra mundial, y especialmente
a principios de los años cincuenta, Barranquilla vive un momento muy interesante de su historia, caracterizado por
una cierta prosperidad comercial, ausencia de conflictos políticos y un auge de
manifestaciones culturales de diversa índole, como las actividades literarias
de Gabriel García Márquez, los primeros años de la Universidad del Atlántico,
un crecimiento urbano con arquitecturas novedosas, la consolidación de una
orquesta filarmónica, etc. , que hicieron de Barranquilla una de las ciudades
colombianas mas interesantes del medio siglo XX.[1]
La actividad mas importante de Angulo en aquellos años era el continuo
mejoramiento y ampliación del Museo Arqueológico, tarea que pudo desarrollar
con bastante éxito, ya que contó con la valiosa cooperación de su amigo Luis
Alberto Duque del Instituto Etnológico Nacional en Bogotá y de los pocos
arqueólogos interesados en el Caribe Colombiano, entre ellos el gran pionero
austríaco Gerardo Reichel Dolmatoff, con quien compartió siempre los avances
que se hacían en el conocimiento del pasado de la región. Cuando el museo
arqueológico fue inaugurado de manera oficial en un acto público, le correspondió
al investigador austríaco la presentación del proyecto. Era costumbre en esos
años, que los arqueólogos que excavaban en la región siempre estaban en
contacto con Angulo y, cuando terminaban, siempre le entregaban una muestra
representativa de material cerámico al museo de Barranquilla. Con estos
materiales se fue conformando un laboratorio que fue de mucha utilidad para
todos los que en esa época trabajaban en la arqueología del norte de
Sudamérica.
Además de esta preocupación permanente por el museo, Angulo tenía mucho
interés en el espacio geográfico, que lo llevó a fundar el Centro Geográfico
del Atlántico, como un capítulo de la Sociedad Geográfica de Colombia. Con el
apoyo de la Sociedad de Mejoras Públicas, se hizo construir en el antejardín de
la Facultad de Bellas Artes, lugar donde hasta el día de hoy se encuentra el
museo, una réplica a relieve de la geografía de Colombia que se conserva hasta
hoy día y que ha servido para que muchas generaciones se asomen y observen las
cordilleras, los ríos, las costas, etc. También se editó una revista, la cual
lamentablemente no tuvo continuación, y en la cual el mismo escribió una
Geografía física del Departamento del Atlántico, aprovechando su excelente
formación que tuvo en este campo al lado del connotado geógrafo español Pablo
Vila durante su estadía en Bogotá. En este número se destaca el interés de los
otros artículos por el medio ambiente de la región con interesantes
contribuciones de Rafael Tovar, de Aquiles Escalante y Ernesto Guhl,
entre otros.
La primera experiencia que tuvo Angulo como arqueólogo fue en el sitio de
Tubará, en donde realizó varias excavaciones y pudo compilar un abundante
material. Los resultados de esta jornada fueron publicados en la revista
Divulgaciones del Instituto en 1951, el cual se constituye en un trabajo
pionero, aunque hecho solo con los escasos conocimientos conocimientos
adquiridos durante su estadía en Bogotá, que no eran muchos debido a que la
Arqueología recién estaba naciendo en Colombia. Ni Carlos Angulo, ni ningún
otro investigador en el país en esos años, hacía una arqueología de escuela con
los métodos que en ese momento se estaban desarrollando en Europa y Estados
Unidos. A pesar de pertenecer Angulo a la generación de los pioneros, sus
trabajos siempre fueron hechos con criterio científico, en el sentido de la
seriedad y la minuciosidad en las excavaciones y en las interpretaciones
posteriores. Los trabajos de esta época, incluyendo a los de sus
contemporáneos, siguen siendo hoy lecturas orientadoras para los investigadores
actuales.
El interés de Angulo por Tubará se
debía a que este sitio era uno de los mas poblados de la región en el momento
de la conquista y, que durante los siglos coloniales fue la mayor encomienda de
indios de ese sector del país”.[2] A mediados del siglo XX aun conservaba su
carácter de pueblo indígena, con un alto porcentaje de población nativa con
cierto grado de identidad de su pasado. Medio siglo después quiso volver
nuevamente a Tubará para determinar con más exactitud la fecha de su
poblamiento, que fue bastante tardío en relación a otros sitios de la región.
Tratando de ser sistemático, también realizó una labor de recolección de
material cerámico que se encontraba en la superficie del radio urbano de la
ciudad de Barranquilla y, en ese entonces, la localidad vecina de Soledad. Lo
anterior demuestra, que ya a principios de los años cincuenta, Angulo sabía que
su trabajo estaba inscrito en un contexto geográfico y cultural que iba mucho
mas allá de las fronteras regionales y nacionales, sin todavía conocer algún
antecedente empírico que sirviera de soporte a esta hipótesis. Solo tenía el
marco teórico, lo que le faltaba era tiempo y una metodología arqueológica
acorde a las exigencias que le planteaba el problema de ubicar el Bajo
Magdalena en la evolución histórica de toda la región del Caribe continental e
insular.[3]
Es importante señalar al menos dos aspectos importantes que se desprenden
de estas Colecciones Superficiales. El primero tiene que ver con la historia de
la ciudad de Barranquilla, que con los escasos datos que existían en ese
momento, la gente hablaba de una posible fundación en el año de 1629, según un
relato recogido de la tradición por Domingo Malabet en 1875. Angulo llama la
atención sobre el error consagrado por la leyenda de los ganaderos de Galapa de
que en 1629 habría tenido lugar un acto de fundación. La evidencia presentada
por Angulo fue el hallazgo de cementerios indígenas y de otros sitios arqueológicos en varios lugares
de Barranquilla como el Country Club[4] y el Barrio Nuevo
Horizonte, [5] Granadillo y Los
Alpes, pero en especial los restos encontrados el lugar conocido como el Barrio
Abajo por el ingeniero Antonio Luis Armenta a fines del siglo XIX cuando estaba
a cargo de los trabajos de excavación para construir el tranvía de la calle 37
o de Jesús, que demostraron que el lugar donde se originó la ciudad estaba
habitada mucho tiempo antes de la llegada de los españoles, lo que hace impensable la posibilidad de una fundación al
estilo de Cartagena o Santa Marta.. El artículo de Angulo señaló el problema sobre los orígenes de
Barranquilla, y desde la arqueología, la respuesta a este problema no era la
preocupación de un arqueólogo y únicamente dio cuenta de las evidencias que
mostraban los restos arqueológicos encontrados.
El otro aspecto relevante de las “Colecciones” no aparece en el texto
mismo, sino que fue una especie de subproducto del trabajo principal, que
surgió en el momento de la clasificación de los materiales encontrados, ya que
algunos de ellos recogidos en el sur de Soledad, en sectores cercanos a la
localidad de Malambo, no se pudieron clasificar junto a los demás debido a que
mostraban ciertas características diferentes que se conocen con el nombre de
“modelado inciso”, que consiste en que a la cerámica se le adhieren ciertas
formas que se han modelado por aparte, que son incrustadas en la vasija. Esta
forma tan especial de cerámica ya era conocida en la desembocadura del Rio
Orinoco en un sitio denominado Barrancas, por lo que se bautizó este estilo
como Serie Barrancoide. En 1957 estuvo
de visita en la ciudad el arqueólogo norteamericano Irving Rouse, de la
Universidad de Yale, quien al ver la colección de Malambo, que Angulo había
entretanto completado con mas piezas, confirmó la semejanza de esta con el
material encontrado en el bajo Orinoco, señalando “probables relaciones
“culturales entre ambos sitios.[6] A fines del mismo año,
Betty Meggers y su esposo Cliford Evans, del Smithsonian Institution de
Washington, examinaron la colección de Malambo y también la definieron como
Barrancoide. De esta visita surgió una profunda y fructífera amistad entre
Angulo y el matrimonio Meggers. Seguramente que la seriedad con que Angulo
conducía el Museo y el instituto de investigaciones, impresionaron a tan
ilustres visitantes y le ofrecieron en 1958 una beca para hacer en en Instituto
Smithsonian un curso de “Análisis, descripción e interpretación del dato
arqueológico” y luego en Tucson, en la Universidad de Arizona realizó el curso
de “Técnica de excavaciones arqueológicas”. Estos cursos tuvieron un énfasis
especial en el “Método cuantitativo para obtener cronología cultural”, conocido
también con el nombre de “Seriaciones”, el cual fue propuesto inicialmente por
James A. Ford a mediados de los años treinta, y desarrollada posteriormente por
otros investigadores norteamericanos agrupados en torno al Instituto
Smithsonian de Washington.[7]
Durante su estadía en Norteamérica tuvo la oportunidad, no solo de
aprender, sino que de compartir con los más importantes arqueólogos y
antropólogos de este país y de otros becarios de América Latina. A su regreso a
Barranquilla, tenía una visión diferente de la arqueología, conocía una
metodología que era compartida por varios otros especialistas, se incorporó de
lleno a la comunidad científica que le correspondía y solo necesitaba tiempo
para continuar con su trabajo de averiguar el papel que le correspondía al bajo
Magdalena en la historia temprana de las Américas.
En 1962, tuvo lugar en Barranquilla
un Seminario de Arqueología de 15 días con estudiantes de todos los países de
América Latina organizado por el Instituto de Investigaciones Etnológicas de la
Universidad del Atlántico. Este evento contó con el apoyo de Instituto
Smithsonian, de la National Sciencies Foundation y de la Unión Panamericana. Este importante
encuentro tuvo como objetivo adiestrar a un grupo de arqueólogos en el método
cuantitativo de las seriaciones y tuvo como profesores al propio James Ford, a
Clifford Evans y a Betty Meggers. Por supuesto que uno de los asuntos
discutidos fue lo relacionado con la colección de cerámica barrancoide
encontrada en el sitio aledaño de Malambo. Como un resultado de esta jornada,
Angulo sintetizó el conjunto de conjeturas sobre la relación entre Malambo y
Barrancas en un breve informe que se publicó en 1962 al mismo tiempo en inglés
y en español.[8] Angulo ya contaba
con varios cortes realizados en Malambo, en uno de ellos, el corte Nro. 3,
recogió carbón vegetal en el nivel arbitrario Nro. 14, que da una fecha de 3.070
antes del presente, con 200 años de posible variación.[9] Esta fecha ubica a Malambo
en una fase cronológica contemporánea de los sitios de El Palito, La Cabrera y
Las Barrancas, excavados por Irving Rouse y José Cruxent, cuyas fechas
radiocarbónicas están alrededor de los 3.000 años antes del presente (1950).[10] De este modo, al fijarse
el punto de partida de ambos sitios, lo que quedaba por delante era un arduo
trabajo arqueológico que ofreciera suficientes evidencias para dilucidar la
dirección que tuvo la influencia cultural, del Orinoco hacia el Magdalena o al
revés. Casi veinte años después se lograría establecer con relativa claridad la
relación entre los dos sitios.
Todo este inmenso trabajo de fundar y organizar el Museo Etnológico tuvo
lamentablemente un triste final. En 1962,
Angulo fue retirado de la dirección del Museo por una decisión de la
directiva de la Universidad del Atlántico. Con esta fatal decisión se sepultó
este gran proyecto de resonancia internacional y a los pocos años, muy a pesar de
Angulo, ya era muy poco de lo que
quedaba del Museo, que fue víctima del abandono, del desorden y de la
desaparición de piezas importantes,[11] privando, de esta
manera, a la ciudad de Barranquilla de una parte importante del patrimonio histórico prehispánico.
Después de abandonar el museo, Angulo necesitaba dedicarse a alguna
actividad que le produjera los recursos necesarios para vivir con su familia.
En ese momento no sintió mayor atracción por la academia, sino más bien cierto
fastidio por la amarga experiencia que vivió cuando lo retiraron de la
dirección del mueso. Quizás buscando la manera de combinar una actividad
lucrativa sin abandonar del todo sus intereses científicos, se decidió por
adquirir dos fincas en dos lugares muy estratégicos. Una de ella en el
piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta que bautizó como Taironaca, y
otra al lado de la carretera entre Barranquilla y Tubará que denominó San
Carlos. Durante una década estuvo produciendo leche, huevos, queso, frutas,
etc., y al mismo tiempo continuaba haciendo regulares prospecciones en el
terreno, especialmente en la Ciénaga Grande, en donde pudo ubicar y reconocer
una gran cantidad de sitios arqueológicos. Sus colegas y amigos, al saber de
las nuevas actividades de Angulo, no desaprovechaban oportunidad para hacerle
largas visitas para compartir los eventos relacionados con la arqueología del
Caribe.
A mediados de los años sesenta, exactamente en 1965, Gerardo y Alicia
Reichel Dolmatoff publicaron los resultados definitivos de las excavaciones y
hallazgos que venían realizando desde 1961 en el famoso sitio de Puerto
Hormiga, en la desembocadura del Canal del Dique, en las cercanías de Cartagena
de Indias. Este sitio fue encontrado de manera casual por trabajadores de
ganadería en la Hacienda Pomares.[12] Esta publicación produjo
mucha inquietud entre los investigadores de la historia temprana del Caribe. En
primer lugar porque la fecha más antigua del sitio, corroborada por el
procedimiento del Carbono 14, procedimiento de datación muy novedoso para la época
además de costoso, dio una fecha de 5.040 años antes del presente, con un
margen de error de 70 años.[13] Además de la antigüedad,
se encontró en el sitio una cerámica con desgrasante vegetal, que en ese
momento y hasta el día de hoy, es considerada como la más antigua del
continente americano. El conchero de Puerto Hormiga, se constituye en un hito
de la historia temprana de América y del Caribe, y al mismo tiempo se establece
como una referencia obligada para todos los arqueólogos que trabajaban en la región.
Por supuesto que la noticia de Puerto Hormiga le produjo a Angulo una gran
inquietud, ya que su preocupación principal en esos años era desentrañar el
misterio de Malambo, cuya expresión y único testimonio eran los fragmentos de
cerámica, la cual había sido asociada al sitio de Barrancas en la desembocadura
del Rio Orinoco en Venezuela. Lo único que se podía afirmar en 1965 era que
entre Puerto Hormiga y Malambo debía de existir algún nexo cultural que faltaba
por establecer a través de excavaciones en el territorio que queda entre los
dos sitios. De todos modos, se observaba que ambas cerámicas estaban
relacionadas, pero no era una evidencia suficiente como para hacer afirmaciones
definitivas.
A fines de los años sesenta, el arqueólogo alemán Henning Bischof, publicó
los resultados de varias prospecciones y excavaciones que venía haciendo desde
1961, cuando por primera vez visitó la Ciénaga Grande de Santa Marta en
compañía de Angulo. El interés de Bischof era la cultura Tayrona, por lo cual hizo
un corte en el sitio Mina de oro, al oriente de la desembocadura en la Ciénaga
del río Fundación. Las continuas visitas de este alemán mantenían despierto a
Angulo, en especial porque al buscar Bischof las raíces remotas y desconocidas
de los Tayronas, podría encontrar algún antecedente interesante para el enigma
de Malambo y Barrancas, además de los posibles contactos entre la gente de
Malambo y la de la Sierra Nevada. Los trabajos de Bischof culminaron finalmente
en una tesis doctoral en la Universidad de Bonn en Alemania Federal en 1971.[14] Estas investigaciones
lograron establecer algunos elementos empíricos sobre el origen de la cultura
Tayrona en cerámicas encontradas en el piedemonte occidental de la Sierra Nevada, pero nunca fueron suficientes
para demostrar de manera clara un contacto cultural con la gente del Bajo
Magdalena. Estos hallazgos no eran los primeros, porque Alden Mason encontró en
1931 una cámara funeraria en Nehuange, que indicaban que podría existir una
posible relación entre la cultura Tayrona y las sociedades indígenas de la
parte baja del Rio Magdalena, es decir, con Malambo.[15] Estos aportes de Bischof
incorporaban nuevos elementos de juicio a una polémica que entre tanto ya
formaba parte de los temas recurrentes en las conversaciones de los
arqueólogos, el cual giraba en torno a los orígenes de la cultura Tayrona.
A fines de los años setenta, Gerardo Reichel formuló en su difundido texto
incluido en el Manuel de Historia de Colombia sus tesis sobre el asunto de los
grupos de la Sierra Nevada. Según Reichel, ante la discontinuidad que
presentaban las evidencias arqueológicas, lo llevó a “pensar en la posibilidad
de que los Tayronas sean de origen centroamericano y que hayan llegado a las
costas de Santa Marta por mar”.[16] Las conjeturas de Angulo al respecto iban en
una dirección contraria a Reichel, ya que sugería que la cultura Tayrona debió
de haber derivado de las sociedades del Bajo Magdalena, una hipótesis de
trabajo que en ese momento carecía totalmente de soportes empíricos. Esta tesis
de Angulo sobre el origen de la cultura Tayrona, la cual sería una continuación
de los grupos del Bajo Magdalena, nunca la formuló en algún documento, debido
seguramente a la falta de elementos empíricos y por su habitual afán de
rigurosidad científica, pero en conversaciones sobre el tema en pequeños
círculos si se atrevía a formular sus conjeturas al respecto. Como las posibles
evidencias de la evolución histórica desde el Rio Magdalena hacia la Sierra
Nevada debería ser la Ciénaga Grande de Santa Marta, durante los años sesenta
estuvo dedicado a buscar sitios y a
preparar futuras excavaciones sistemáticas para dilucidar este enigma.
En 1971, el
historiador AntonioVitorino, en ese momento docente de la Universidad del
Norte, le solicitó a Angulo que se hiciera cargo de la asignatura de
Antropología Cultural para los estudiantes de sicología. Después de una década
volvía a la labor docente, con cierta reticencia hizo un semestre y se retiró,
luego, ante la insistencia de Vitorino, accedió a retomar nuevamente su
vocación de maestro abandonada tantos años.
En la Universidad del Norte, en ese momento una institución joven de
reciente fundación en 1965, se reencontró nuevamente con sus libros, con el
entusiasmo de los jóvenes estudiantes y el ambiente intelectual propicio que
creaban sus colegas de humanidades. Con el apoyo de la rectoría logró después
de un tiempo iniciar desde cero la misma labor que hiciera en 1947, es decir,
la organización de un laboratorio de arqueología para investigadores, como una
semilla también de un futuro museo arqueológico. Paralelo a sus obligaciones
docentes, comenzó a trabajar en el proyecto de una arqueología sistemática de
la Ciénaga Grande de Santa Marta. Sus años de “Farmer” entre el piedemonte de
la Sierra Nevada y la orilla de la Ciénaga Grande lo convirtieron en un gran
conocedor de la región y le permitieron ubicar los principales sitios para
realizar las excavaciones que permitieran establecer el lugar que le correponde
a esta región en la evolución de las sociedades prehispánicas, los cuales, en
su mayoría eran grandes depósitos de conchas y restos de moluscos, que se
conocen con el nombre de Concheros. Una
breve pausa de este trabajo fue su asistencia al VII Congreso Internacional
para el estudio de las culturas precolombinas de las Antillas, que tuvo lugar
en la ciudad de Caracas. En esta oportunidad su ponencia la tituló “La serie
Barrancoide en el Norte de Colombia”, en la cual retomaba nuevamente el tema
tal como lo había dejado en 1962, y que encontró acogida entre algunos colegas
y desconfianza en otros. La polémica fue provechosa porque se establecieron
unas recomendaciones para abordar en
forma intensiva el estudio de la arqueología de Malambo, incluyendo, hasta
donde fuera posible, un reconocimiento del curso bajo del Rio Magdalena.
De regreso a Barranquilla, le dio los últimos retoques al trabajo pendiente
sobre la Ciénaga y fueron publicados en
forma de libro en 1978 por el Banco de la república,[17] que era el primero
que llevaba a cabo con base en la metodología aprendida en Estados Unidos hacía
mas de veinte años. En su parte inicial, el libro ofrece un capítulo extenso
sobre el ambiente físico de la Ciénaga, que se constituye en un texto pionero
en el campo de ecología, ya que la descripción se hace con un enfoque que en
aquellos años no era muy frecuente. Además de la descripción de todo lo
natural, incluyendo plantas, animales y microorganismos, da cuenta de la
inmensa tragedia que y había producido la construcción de la carretera Barranquilla
Ciénaga construida por tramos desde fines de los años cincuenta y culminada con
la apertura del puente sobre el rio Magdalena en 1974.
Los concheros excavados en la Ciénaga no lograron establecer algún tipo de
nexo entre el Gran Rio y la Sierra. El más antiguo de estos es del siglo IV
después de Cristo, lo que significa que se trata de una prolongación en el
tiempo de un modo de vida que ya se había establecido en Puerto Hormiga, y en
otros lugares de la línea costera, tres mil años atrás. Los seis concheros
excavados en la Isla de Salamanca y en la Ciénaga Grande cubren una historia
que comienza a principios del siglo IV después de Cristo, hasta desaparecer a
fines del siglo X, después de la llegada de las tribus Caribes desde el sur y
del surgimiento de los grupos de la Sierra Nevada de Santa Marta. La
experiencia histórica de los hombres de estos Concheros plantea varios desafíos
a la arqueología y la teoría de la historia, como por ejemplo la cuestión del
desarrollo desigual de los modos de vida en una región amplia como lo es el
Caribe Colombiano. Los Concheros son, sin duda alguna, un modo de vida que ya
tenía mas de tres mil años, y se re-establece en los momentos que Malambo
estaba produciendo yuca cultivada desde hacía mas de mil años. Este ejemplo
podría servir para comparar las formas de vida en la actualidad en el mundo, en
donde se observa, hoy más que nunca, que en la evolución de las sociedades del
planeta consideradas en conjunto en el tiempo, la experiencia de la sociedad
industrial en Europa, Estados Unidos y en algunas otras regiones, es solo una
experiencia que tiene apenas unos 250 años, mientras que en otras regiones del
globo aun sobreviven formas de vida consideradas como primitivas por la ciencia
oficial del mundo industrializado. Conceptos como “subdesarrollo” o “progreso”
no tendrían validez en una posible aplicación a la experiencia de los Concheros
en relación a Malambo o a la naciente cultura Tayrona.
Después de las excavaciones en la Ciénaga, en donde no se pudo establecer el
nexo cultural que podría haberse esperado, entre los hombres de la Yuca de
Malambo y los hombres de la Sierra Nevada, la mirada se dirigió entonces a
Malambo, un sitio que exigía con urgencia que se le aclarara su posición en la
historia de la región. Los materiales, las observaciones, los libros, las
visitas, las fotos, las reflexiones y discusiones con los colegas sobre el
papel de Malambo en la historia, serían ahora puestos sobre el escritorio para
iniciar las excavaciones con el método de las seriaciones aprendido hacía casi
veinte años atrás. Este trabajo se realizó con los auspicios del Fondo de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales y de la Universidad del Norte. Esta
investigación dio por resultado la comprobación de que los indicios encontrados
en 1960, ahora transformados en evidencias arqueológicas, demostraban que en
Malambo había existido una tradición cultural un milenio antes de Cristo basada
en una vida aldeana y en cultivo de la yuca.[18]
Por supuesto que las conclusiones finales de su trabajo de Malambo
produjeron todo tipo de reacciones. Las razones son más que obvias, ya que
ubicaba a este sitio como uno de los primeros del norte de Sudamérica en donde
se producen los primeros ensayos de vegecultura, es decir el comienzo de la
llamada “revolución neolítica”. Por otra parte Malambo se convierte en el
centro de difusión de un modo de vida aldeano y vegecultor en una vasta zona
que alcanza hasta la desembocadura del Rio Orinoco y parte de las antillas. Los
investigadores que conocían la seriedad de Angulo, incluyeron de inmediato sus
conclusiones en sus investigaciones, publicaciones y en la docencia
universitaria. Voces escépticas sobre la veracidad o la pulcritud de la
arqueología de Malambo las hubo y las hay todavía en determinados círculos
colombianos, pero en los centros de estudio de Europa y América su obra es y seguirá siendo
reconocida.
La evidencia que expone Angulo para afirmar que se cultivaba Yuca está
basada en que en el nivel arbitrario del cual se extrajeron muestras de carbón
vegetal que dan como fecha mas antigua 1.120 antes de Cristo, se encontraron
Budares, que son las bandejas en donde tradicionalmente se produce la el Cazabe
de la Yuca Brava (Manihot Esculenta Grantz). El estudio del sitio, que fue
hecho con base al método cuantitativo para la obtención de cronologías
culturales, conocido también como método de la seriación, permitió establecer
“con suficiente claridad” que la introducción de la yuca produjo cierta
estabilidad en la comunidad indígena de Malambo, y luego un aumento de la
población. También se observa un “extraordinario desarrollo artístico de la
cerámica y en indicios de una división del trabajo”.
En la historia temprana del norte de Colombia, Malambo se ubica alrededor
de dos mil años después de Puerto Hormiga y a dos mil también del surgimiento
de los cacicazgos de la Sierra Nevada en el siglo XIII después de Cristo. Según
Angulo, y con base a los datos arqueológicos, la historia de Malambo se acaba
en el siglo VII después de Cristo, que es un período muy poco estudiado, quizás
por la complejidad que presenta, ya que es el momento en que comienzan a llegar
los grupos Caribes desde el sur del continente. Angulo pudo reconocer en los
niveles superiores la presencia Caribe, pero nunca se dedicó a estudiar el
problema del contacto, conquista, invasión, asimilación o mestizaje entre los
grupos Arawaks y los Caribes, que está abierto a los investigadores.
Una culminada la arqueología de Malambo, y poseedor de una metodología
probada ya dos veces con éxito, buscó hacia atrás de Malambo en el tiempo, es
decir en dirección Puerto Hormiga. Era evidente para todos que ambos sitios
estaban relacionados de alguna manera, lo que faltaba era encontrar el o los
sitios que sirvieran de nexo a dos mil años de historia que mediaban entre un
modo de vida recolector marino en Puerto Hormiga y los comienzos de la vida
agrícola en Malambo. Siguiendo la geografía regional, que Angulo conocía como
la palma de su mano,[19] se decidió por hacer una
arqueología en el Valle de Santiago, cuya ubicación a la orilla del Mar Caribe,
entre Malambo y Cartagena, podría encontrarse un eslabón de la historia. Este
trabajo fue publicado en 1983 por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas
Nacionales.[20] Los resultados de
estas excavaciones no pudieron relacionar la posible secuencia temporal entre
Puerto Hormiga y Malambo. Lo más interesante que se encontró fue una cerámica
con desgrasante de conchas marinas, una técnica que se encuentra en muchos
lugares del mundo y que en Colombia plantea algunos problemas tempero-espacial
de cierta importancia. La primera evidencia de desgrasante de conchas se
encuentra en el sitio de Canapote,
ubicado al oriente de la ciudad de Cartagena, que fue excavado por Henning Bischof.
Aunque no hay fechas de Carbono 14, el propone una fecha tentativa de 2.000
antes de Cristo. En el Valle de Santiago, “las fechas mas tempranas,
corresponden, aproximadamente, a la parte media de la secuencia de la Fase
Tocahagua y éstas se sitúan alrededor del siglo III A.D”, es decir unos
trescientos años después de Cristo.[21] Además de Canapote, Angulo señala varias
otras referencias sobre desgrasante de conchas en la región del norte de
Colombia, como en el sitio El Estorbo en el Golfo de Urabá, en la Isla de Barú
y en el golfo de Morrosquillo. Sin embargo todo que “en suspenso” una respuesta
amplia sobre el significado histórico del desgrasante de concha en el Valle de
Santiago.
En la década de los ochenta, Angulo tuvo un intenso programa de
actividades. Era docente y director del
Departamento de Humanidades de la Universidad del Norte, arqueólogo activo y
miembro de número de la Fundación de la Arqueología del Caribe, creada en 1982
por Paul M. Caron. En 1984 asistió como ponente al Primer Simposio de la Fundación en la isla de Vieques
en Puerto Rico. Angulo presentó una ponencia sobre las relaciones entre la
región del Bajo Magdalena, es decir Barranquilla, con la Ciénaga Grande y la
Sierra Nevada. [22] En este artículo
intenta demostrar la existencia de un intenso intercambio durante las últimas
centurias antes de la conquista entre los grupos de la Sierra Nevada y el Bajo
Rio Magdalena, quienes tenían su punto
de encuentro en la actual ciudad de Ciénaga a orillas de la extensa albufera.
A mediados de la década de los ochenta, exactamente entre los meses de
Enero a Julio de 1984, inició lo que iba a ser su último trabajo arqueológico
en la Ciénaga del Guájaro. La escogencia de este sitio obedeció una vez mas a
un plan previamente establecido que el denominó Arqueología del Departamento
del Atlántico, después de Malambo y Valle de Santiago. El mismo se ratifica su
metodología de abordar las investigaciones dentro del criterio de la
arqueología por regiones, con base a su propio plan formulado en 1952. Este
aspecto es importante de destacar porque en los últimos años se ha pretendido
sugerir que Angulo hacía excavaciones puntuales, desconociendo lo regional. La
verdad es que es una crítica totalmente descabellada porque sus cuatro obras
más importantes señalan lo contrario. La preocupación fundamental siempre fue
el de ubicar el papel de cada sitio en el contexto de la historia regional y
continental. Desde 1962, cuando se comprobó la relación existente entre la
desembocadura del Orinoco y Malambo, el horizonte cultural del bajo Magdalena adquirió
de inmediato una dimensión que abarcaba gran parte de la costa norte de
Sudamérica. Luego, cuando en 1965 se dio a conocer la antigüedad del sitio de
Puerto Hormiga, lo obligó a mirar “hacia atrás”, es decir, a buscar la relación
entre este conchero y Malambo. Al parecer, Angulo creyó que la entrada a
Malambo podía ser el Valle de Santiago, pero como ya se mostró no fue así y las
fechas y restos de este sitio son bastante tardíos. Si la evolución cultural no
pasó por Santiago, entonces debió haber sido por el Canal de Dique, y el lugar
mas propicio mirado desde la geografía era sin duda la Ciénaga del Guájaro.
Los resultados de este trabajo representan la madurez de Angulo como
científico, tanto a nivel teórico como práctico. Realizó primero una colección
de superficie, que le sirvió luego para fijar los sitios donde realizar los
cortes, los cuales resultaron ser muy abundantes en restos. Los sitios más
importantes de esta excavación son Rotinet y Carrizal. Los análisis de Carbono
14 demuestran que la primera ocupación de Rotinet se produce a mediados del
tercer milenio antes de Cristo (4.190 antes del presente) y termina
aproximadamente hacia la mitad del segundo milenio, es decir un poco antes de
los posibles inicios de Malambo. Con base al método de la seriaciones y cortes
arbitrarios, se pudo establecer que el sitio fue abandonado por largo tiempo,
hasta su re-ocupación a comienzos de la era cristiana, que Angulo denominó
período Carrizal. Rotinet estuvo conformado por una serie de concheros con restos
de gasterópodos y algunas especies de mar. La cerámica encontrada tiene una
similitud con Monsú, que se caracteriza por el predominio de formas sencillas,
así como la tendencia al uso de motivos geométricos en la decoración, lo que
hace que Angulo haga un replanteamiento de la relación entre Puerto Hormiga,
Monsú y Guájaro y la prolongación del modo de vida recolector-cazador en esta
región. Todo indica que Rotinet no significó un cambio cualitativo en el modo
de vida respecto a Monsú, Puerto Hormiga, Barlovento y Canapote, sino que se
mantiene dentro de la combinación de concheros y cazadores. Aunque “los budares
se encuentran presentes a lo largo de todo el período Rotinet”, no se atreve a
asignarle una importancia decisiva en la economía doméstica, la cual indica que
se trataba de una combinación de la utilización que el medio ambiente les
ofrecía. El análisis de los restos en los niveles superiores indica que a
mediados del primer milenio surgen aldeas cuya alimentación era básicamente de
yuca, sin abandonar del todo los demás recursos del ecosistema. Ya al finalizar
el primer milenio después de Cristo estas aldeas acceden al cultivo del maíz,
en la misma época que lo hacen Tubará, Piojo, Cipacua y el Valle de Santiago.
Por razones de orden público, el profesor Angulo tuvo que suspender las
excavaciones, y en los años que siguieron se dedicó a llenar algunos vacíos, a
reflexiones sobre variados aspectos que compartía con sus colegas de la
fundación y a la docencia y asesoría a los jóvenes arqueólogos e historiadores
quienes lo visitaban en su cubículo del Departamento de Historia de la
Universidad del Norte.
Para la conmemoración de los 500 años de la llegada de Colón al Nuevo
Mundo, Angulo preparó una apretada síntesis de todo el proceso histórico prehispánico
en el norte de Colombia utilizando el concepto de Modo de Vida, que lo
compartía con uno de sus mejores amigos, el venezolano Mario Sanoja y su esposa
Irradia Vargas. Este folleto es de gran utilidad para los especialistas en la
materia, mas no para el público en general. Muchos de sus amigos y admiradores
de su obra hubiéramos deseado que esta síntesis la hubiera convertido en un
texto mucho más extenso para su divulgación y que alcanzara un público más
amplio.
Después de
1992 se dedicó a preparar dos obras, ambas hasta ahora inéditas. Una de ellas
preparada para la National
Geographic titulada “Arqueología de superficie del
departamento del Atlántico y regiones adyacentes”, la cual se publicará en un
futuro próximo. La otra es un estudio del proceso de difusión cultural de la
tradición Malambo a lo largo del Rio Magdalena.
Hasta una semana antes de su muerte estuvo trabajando,
preparando sus materiales para su curso del próximo, revisando las
investigaciones pendientes y pensando en los proyectos para el futuro con un
entusiasmo admirable. Murió rodeado del cariño de sus familiares, de sus hijos
Betty y Carlos, de su médico y discípula Rocío Barragán, de sus mas cercanos
colaboradores y, sobre todo, de aquella tranquilidad que se obtiene después de
haber trabajado con pasión por su tierra costeña, con una honradez y pulcritud
ejemplares desde su puesto de investigador y profesor. Nos deja un gran legado
de conocimientos, una biblioteca especializada y acumulada durante medio siglo
de estudio, un laboratorio de
arqueología y un sueño: crear un Museo Antropológico del Caribe Colombiano, que
a su vez fuera un centro de investigaciones y divulgación.
En la lápida de su tumba en el cementerio Jardines del
Recuerdo de Barranquilla se puede leer la siguiente inscripción:
“La historia de nuestro país no
comienza con la llegada del primer conquistador español, sino que se inicia en
el momento en que el primer hombre puso sus pies en el territorio de lo que hoy
es Colombia, y desde entonces, comenzó la construcción de nuestra nación”
“Hacia el año 1130 a. C encontramos en Malambo evidencias del consumo
de la yuca amarga. Si aceptamos que la tradición
Malambo fue, tomando como base los datos cronológicos, el centro de difusión, nuestra visión sobre ella sería la de asignarle
un papel clave en una de las etapas del desarrollo cultural de América
Prehispánica”.
Como
profesor, fue un ejemplo de dedicación, y como colega y amigo, se destacó por
el respeto que tuvo por quienes vivieron a su lado.
[1] Sobre la vida de la ciudad de Barranquilla en los años cincuenta
véase: VILLALÓN, Jorge. Barranquilla en
el tiempo de la prosperidad de milagro.1947-1957. En: Revista Huellas Nr.
40. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 1994. También la obra periodística de
Gabriel García Márquez escrita en Barranquilla compilada por Jaques Gilard. Textos Costeños. Bogotá: Oveja Negra,
1983.
[2] BLANCO, José A. Tubará. La
encomienda mayor de Tierradentro. Bogotá: Centro Editorial Javeriano. 1995.
[3] ANGULO V., Carlos. Colecciones arqueológicas
superficiales de Barranquilla y soledad. Divulgaciones
Etnológicas.
Vol. III No.5. Junio de 1954. Barranquilla. También se publicó Contribuciones a la arqueología de
Barranquilla. Nuevo Horizonte. Este artículo se conoce porque ha sido
citado, pero ni el propio autor conserva un ejemplar.
[4] El Country Club forma parte de la Urbanización El Prado de los
empresarios Parrisch ubicada en la Calle
76 con Carrera 53.
[5] Nuevo Horizonte es un barrio ubicado en la Carrera 43 entre las
calle 82 y 85 que tiene la característica de
ser uno de los lugares más elevados
de la ciudad con una visión panorámica del rio y su desembocadura.
[6] Así lo cuenta el propio Angulo en su
libro: La Tradición Malambo. Bogotá:
Banco de la República, 1981. Pág. 14.
[7] MEGGERS, Betty J. y EVANS,
Clifford. Cómo interpretar el lenguaje de los textos. Washington, D.C. 1969.
[8] ANGULO, Carlos. Evidences of the Barrancoid Series
in North Colombia.
School of Interamerican Studies. University of Florida. 1962. La versión en español apareció bajo el título de: Evidencias
de la Serie Barrancoide en el Norte de Colombia. En: Revista
Colombiana de Antropología. Bogotá. 1962. Vol. IX.
[9] Ibid. Pág. 86-87.
[10] ROUSE, Irving y CRUXENT, José. Arqueología
cronológica de Venezuela.
Vol. I y Vol. II. Washington: Unión Panamericana, 1961.
[11] Esta información se obtuvo directamente en conversaciones del
autor con Carlos Angulo Valdés en la
Universidad del Norte.
[12] REICHEL, Gerardo. Puerto Hormiga: Un complejo prehistórico
marginal de Colombia. Nota preliminar. En: Revista colombiana de
Antropología, Vol. X. Bogotá: 1961.
[13] Ibid. Excavaciones
arqueológicas en Puerto Hormiga. Bogotá: Ediciones Universidad de Los
Andes, 1965. El concepto de “presente” para la datación con base al Carbono 14
es el año 1950, fijado de manera convencional por el norteamericano Williard
Frank Libby (1908-1980), quien desarrolló este procedimiento.
[14] BISCHOF,
Henning. Indígenas
y españoles en la Sierra Nevada de Santa Marta, siglo XVI. En: Revista
Colombiana de Antropología. Vol.
24. 1982-1983. Resumen de su tesis doctoral de Bonn en 1971. "Die spanisch-indianische
Auseinandersetzumg in der nördlichen Sierra Nevada de Santa Marta" (1501-1600)
[15] BISCHOF, Henning. La cultura Tayrona en el área intermedia. En:
Memorias del 8. Congreso de Ameicanistas en Stuttgart y Munich en 1968;
[16] REICHEL, Gerardo. Colombia
indígena: Período prehispánico. En: JARAMILLO, Jaime. Manuel de Historia de
Colombia. Bogotá: Colcultura, 1984. Pág. 95. Primera edición en 1978.
[17] ANGULO, Carlos. Arqueología
de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Fundación de Investigaciones
Arqueológicas Nacionales. Banco de la
República. Bogotá. 1978.
[18] ANGULO, Carlos. La
tradición Malambo. Banco de la República. Bogotá. 1981.
[19] En 1952 publicó el primer y único número de la Revista Geográfica
un artículo titulado: El Departamento del
Atlántico y sus condiciones físicas, aplicando las enseñanzas de su
admirado maestro, el español Pablo Vila en la Escuela Normal Superior de
Bogotá.
[20] ANGULO, Carlos. Arqueología del Valle de Santiago. Norte de
Colombia. Bogotà: Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales,
Banco de la Repùblica, 1983.
[21] Ibid. P. 170. La sigla A.D. que
significa en latìn Anno Domini, señala el período después de Cristo.
[22] ANGULO, Carlos. Relaciones
de intercambio entre tres regiones arqueológicas del Norte de Colombia.
Ciénaga Grande, Sierra Nevada y el Bajo Magdalena. En: Revista Stvdia. Universidad del Atlántico, 1984.
aburrido, viejo
ResponderEliminarvaya a cagar
EliminarExcelente texto.
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