Barranquilla

viernes, 28 de septiembre de 2012

Sobre la vida y la obra del arqueólogo Carlos Angulo Valdés. 1914-2001.



LA ARQUEOLOGIA COMO HISTORIA EN LA OBRA DE CARLOS ANGULO VALDES

Por Jorge Villalón

Texto publicado en la Revista Jangwa Pana No. 2. Santa Marta: Programa de Antropología de la Universidad del Magdalena, 2002.

El 9 de Julio de 2001, falleció en Barranquilla el arqueólogo Carlos Angulo Valdés a la edad de 87 años, después de haber trabajado durante más de medio siglo en la reconstrucción de la historia temprana del Caribe Colombiano. Este trabajo pretende hacer un recuento de su trayectoria como investigador, una síntesis de sus mas importantes aportes a la arqueología y, dentro de lo posible, señalar los posibles derroteros investigativos que se desprenden de su minuciosa y contundente obra. En ningún caso se trata de un estudio exhaustivo, como tampoco de una biografía, sino que mas bien se quiere ofrecer una visión histórica de la arqueología del norte de Sudamérica, tal cual la entendió el propio Angulo, cuando repetía una y otra vez su frase preferida: “La arqueología es historia o no es nada”.
Las raíces de Carlos Angulo se encuentran en Ciénaga, por parte de madre, y en Baranoa por parte de padre. Hijo de una familia sencilla, estudió primaria en Barranquilla en un colegio del Barrio Abajo y luego hizo su secundaria en la Escuela Normal del Litoral Atlántico, en donde obtuvo el título de profesor de básica primaria. Después de un tiempo de trabajar como maestro en una escuela de primaria, se hizo merecedor a una beca en la Escuela Normal Superior en Bogotá en donde obtuvo el título de Licenciado en Ciencias Sociales y Económicas, un período de su vida muy fructífero en el cual tuvo la suerte de aprovechar las enseñanzas de destacados profesores colombianos, y sobre todo, de un grupo de científicos que vivieron en los años cuarenta en Bogotá como refugiados de la segunda guerra mundial, entre ellos el español Pablo Vila, los alemanes Gerhard Masur y Rudolf Hommes. Durante su permanencia en la Escuela Normal Superior aprovecha muy bien su tiempo y estudia en forma paralela en el Instituto Etnológico Nacional que dirigía Luis Duque Gómez. Cuando estaba culminando sus estudios en 1946, a los 32 años de edad, y en razón de haber sido un gran estudiante, tuvo la oportunidad de quedarse como profesor de la cátedra del distinguido geógrafo español Pablo Vila, quien había aceptado un puesto en Venezuela y pensó en Carlos Angulo como la mejor opción en remplazo de sus cursos de la Normal Superior. Tuvo además, en ese momento, otra gran oferta para participar como investigador en un proyecto nacional de la Contraloría General de la República para hacer una geografía de Colombia. La tercera oferta la recibió en el mes de Marzo de 1947 desde Barranquilla por parte del rector de la recién fundada Universidad del Atlántico, don Rafael Tovar Ariza, quien le solicitaba que regresara a Barranquilla para que se pusiera al frente de la tarea de dirigir el Iinstituto de Investigación Etnológica, creado el 28 de Enero de ese año. Rara vez en la vida se le presentan a una persona tres posibilidades tan buenas como las que tuvo Angulo que lo puso en una situación muy difícil para decidirse por una de ellas. En primer lugar intentó descartar la oferta del rector Tovar, para esto le envió una amable carta en la cual le dice que acepta el puesto, pero le adjunta una lista de exigencias tan grandes, que el rector no pudiera satisfacer, luego desistiera de sus deseos para que de esta manera no perdiera tan valiosa amistad. A vuelta de correo, Angulo recibió un breve  telegrama en el cual el rector Tovar le manifestaba que aceptaba todas sus exigencias y que los pasajes estaban a su disposición en el momento que lo quisiera. Como Angulo fue siempre un hombre de palabra, no tuvo mas alternativa que regresar a Barranquilla para ponerse al frente de la tarea de fundar una disciplina y de crear de la nada un museo arqueológico.
Cuando comenzó su trabajo a mediados de 1947, en Bellas Artes solo disponía de una sala y no tenía un presupuesto para el funcionamiento del futuro instituto. Los primeros recursos los obtuvo gracias a unos contactos con políticos de la Asamblea Departamental y contó con la ayuda de sus profesores de Bogotá y de sus compañeros de estudios repartidos en varios lugares de Colombia. En esta primera etapa intentó atender tres frentes de manera simultánea: Iniciar la investigaciones etnológicas y arqueológicas, preparar una revista especializada y organizar las primeras muestras para un museo arqueológico.
Con los conocimientos que disponía en ese momento, realizó excavaciones arqueológicas y sondeos  en Tubará, Cipacua, Mequejo, Malambo y Salgar. Estas actividades se combinaban con cursos de etnología y con conferencias de visitantes del interior del país. Con la ayuda de la Sociedad de Mejoras Públicas se construyó en el antejardín de Bellas Artes un mapa en relieve de Colombia, que en el último medio siglo ha maravillado a miles de jóvenes y adultos que visitan tan curiosa obra pedagógica.
Con la colaboración de Luis Duque Gómez del Instituto Etnológico Nacional, se trajeron reproducciones perfectas de las estatuas de San Agustín y se dispusieron en pedestales en los jardines de Bellas Artes. Estas estatuas fueron construidas especialmente para soportar las inclemencias del clima y todavía se pueden ver en medio de los arboles del jardín de Bellas Artes, las cuales aun se conservan en el mismo lugar como observadoras mudas del acontecer de ese lugar tan especial. En una de las tres salas asignadas se presentaron restos de los grupos Guahibo, Motión, Kofán y Guajiro. Había cerbatanas, diversos tipos de flechas, tejidos de palma, canastos, chinchorros, flautas de pan, etc. En otro salón se pudieron organizar muestras de los Chibchas y de los Quimbayas. Al inicio del museo se destinó una sala para el sitio de Tubará, que en ese momento se presentaba como el sitio más interesante debido a la variada cantidad de objetos que se habían recopilado durante el año 1948, que eran hachas, cerámica y momias.
Siempre bajo la dirección de Carlos Angulo, se comenzó a editar la revista Divulgaciones Etnológicas. El primer número apareció en 1950 con artículos de Angulo y de otros estudiosos  e interesados, quienes publicaron artículos de notable nivel académico, como por ejemplo, las experiencias de Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff, de Aquiles Escalante, de Roberto Castillejo, entre otros.
 El grupo de intelectuales que se congregaba alrededor de Angulo, se fue constituyendo en un comité de apoyo a las actividades del Instituto, en donde se llevaban a cabo a menudo unas tertulias sobre diferentes aspectos que rebasaban lo meramente etnológico. Durante este período posterior a la segunda posguerra mundial, y especialmente a principios de los años cincuenta, Barranquilla vive un momento muy  interesante de su historia, caracterizado por una cierta prosperidad comercial, ausencia de conflictos políticos y un auge de manifestaciones culturales de diversa índole, como las actividades literarias de Gabriel García Márquez, los primeros años de la Universidad del Atlántico, un crecimiento urbano con arquitecturas novedosas, la consolidación de una orquesta filarmónica, etc. , que hicieron de Barranquilla una de las ciudades colombianas mas interesantes del medio siglo XX.[1]

La actividad mas importante de Angulo en aquellos años era el continuo mejoramiento y ampliación del Museo Arqueológico, tarea que pudo desarrollar con bastante éxito, ya que contó con la valiosa cooperación de su amigo Luis Alberto Duque del Instituto Etnológico Nacional en Bogotá y de los pocos arqueólogos interesados en el Caribe Colombiano, entre ellos el gran pionero austríaco Gerardo Reichel Dolmatoff, con quien compartió siempre los avances que se hacían en el conocimiento del pasado de la región. Cuando el museo arqueológico fue inaugurado de manera oficial en un acto público, le correspondió al investigador austríaco la presentación del proyecto. Era costumbre en esos años, que los arqueólogos que excavaban en la región siempre estaban en contacto con Angulo y, cuando terminaban, siempre le entregaban una muestra representativa de material cerámico al museo de Barranquilla. Con estos materiales se fue conformando un laboratorio que fue de mucha utilidad para todos los que en esa época trabajaban en la arqueología del norte de Sudamérica.
Además de esta preocupación permanente por el museo, Angulo tenía mucho interés en el espacio geográfico, que lo llevó a fundar el Centro Geográfico del Atlántico, como un capítulo de la Sociedad Geográfica de Colombia. Con el apoyo de la Sociedad de Mejoras Públicas, se hizo construir en el antejardín de la Facultad de Bellas Artes, lugar donde hasta el día de hoy se encuentra el museo, una réplica a relieve de la geografía de Colombia que se conserva hasta hoy día y que ha servido para que muchas generaciones se asomen y observen las cordilleras, los ríos, las costas, etc. También se editó una revista, la cual lamentablemente no tuvo continuación, y en la cual el mismo escribió una Geografía física del Departamento del Atlántico, aprovechando su excelente formación que tuvo en este campo al lado del connotado geógrafo español Pablo Vila durante su estadía en Bogotá. En este número se destaca el interés de los otros artículos por el medio ambiente de la región con interesantes contribuciones de Rafael Tovar, de Aquiles Escalante y  Ernesto Guhl,  entre otros.
La primera experiencia que tuvo Angulo como arqueólogo fue en el sitio de Tubará, en donde realizó varias excavaciones y pudo compilar un abundante material. Los resultados de esta jornada fueron publicados en la revista Divulgaciones del Instituto en 1951, el cual se constituye en un trabajo pionero, aunque hecho solo con los escasos conocimientos conocimientos adquiridos durante su estadía en Bogotá, que no eran muchos debido a que la Arqueología recién estaba naciendo en Colombia. Ni Carlos Angulo, ni ningún otro investigador en el país en esos años, hacía una arqueología de escuela con los métodos que en ese momento se estaban desarrollando en Europa y Estados Unidos. A pesar de pertenecer Angulo a la generación de los pioneros, sus trabajos siempre fueron hechos con criterio científico, en el sentido de la seriedad y la minuciosidad en las excavaciones y en las interpretaciones posteriores. Los trabajos de esta época, incluyendo a los de sus contemporáneos, siguen siendo hoy lecturas orientadoras para los investigadores actuales.
 El interés de Angulo por Tubará se debía a que este sitio era uno de los mas poblados de la región en el momento de la conquista y, que durante los siglos coloniales fue la mayor encomienda de indios de ese sector del país”.[2]  A mediados del siglo XX aun conservaba su carácter de pueblo indígena, con un alto porcentaje de población nativa con cierto grado de identidad de su pasado. Medio siglo después quiso volver nuevamente a Tubará para determinar con más exactitud la fecha de su poblamiento, que fue bastante tardío en relación a otros sitios de la región.
Tratando de ser sistemático, también realizó una labor de recolección de material cerámico que se encontraba en la superficie del radio urbano de la ciudad de Barranquilla y, en ese entonces, la localidad vecina de Soledad. Lo anterior demuestra, que ya a principios de los años cincuenta, Angulo sabía que su trabajo estaba inscrito en un contexto geográfico y cultural que iba mucho mas allá de las fronteras regionales y nacionales, sin todavía conocer algún antecedente empírico que sirviera de soporte a esta hipótesis. Solo tenía el marco teórico, lo que le faltaba era tiempo y una metodología arqueológica acorde a las exigencias que le planteaba el problema de ubicar el Bajo Magdalena en la evolución histórica de toda la región del Caribe continental e insular.[3]
Es importante señalar al menos dos aspectos importantes que se desprenden de estas Colecciones Superficiales. El primero tiene que ver con la historia de la ciudad de Barranquilla, que con los escasos datos que existían en ese momento, la gente hablaba de una posible fundación en el año de 1629, según un relato recogido de la tradición por Domingo Malabet en 1875. Angulo llama la atención sobre el error consagrado por la leyenda de los ganaderos de Galapa de que en 1629 habría tenido lugar un acto de fundación. La evidencia presentada por Angulo fue el hallazgo de cementerios indígenas  y de otros sitios arqueológicos en varios lugares de Barranquilla como el Country Club[4] y el Barrio Nuevo Horizonte, [5] Granadillo y Los Alpes, pero en especial los restos encontrados el lugar conocido como el Barrio Abajo por el ingeniero Antonio Luis Armenta a fines del siglo XIX cuando estaba a cargo de los trabajos de excavación para construir el tranvía de la calle 37 o de Jesús, que demostraron que el lugar donde se originó la ciudad estaba habitada mucho tiempo antes de la llegada de los españoles, lo que hace  impensable la posibilidad de una fundación al estilo de Cartagena o Santa Marta.. El artículo de Angulo  señaló el problema sobre los orígenes de Barranquilla, y desde la arqueología, la respuesta a este problema no era la preocupación de un arqueólogo y únicamente dio cuenta de las evidencias que mostraban los restos arqueológicos encontrados.
El otro aspecto relevante de las “Colecciones” no aparece en el texto mismo, sino que fue una especie de subproducto del trabajo principal, que surgió en el momento de la clasificación de los materiales encontrados, ya que algunos de ellos recogidos en el sur de Soledad, en sectores cercanos a la localidad de Malambo, no se pudieron clasificar junto a los demás debido a que mostraban ciertas características diferentes que se conocen con el nombre de “modelado inciso”, que consiste en que a la cerámica se le adhieren ciertas formas que se han modelado por aparte, que son incrustadas en la vasija. Esta forma tan especial de cerámica ya era conocida en la desembocadura del Rio Orinoco en un sitio denominado Barrancas, por lo que se bautizó este estilo como Serie Barrancoide.  En 1957 estuvo de visita en la ciudad el arqueólogo norteamericano Irving Rouse, de la Universidad de Yale, quien al ver la colección de Malambo, que Angulo había entretanto completado con mas piezas, confirmó la semejanza de esta con el material encontrado en el bajo Orinoco, señalando “probables relaciones “culturales entre ambos sitios.[6] A fines del mismo año, Betty Meggers y su esposo Cliford Evans, del Smithsonian Institution de Washington, examinaron la colección de Malambo y también la definieron como Barrancoide. De esta visita surgió una profunda y fructífera amistad entre Angulo y el matrimonio Meggers. Seguramente que la seriedad con que Angulo conducía el Museo y el instituto de investigaciones, impresionaron a tan ilustres visitantes y le ofrecieron en 1958 una beca para hacer en en Instituto Smithsonian un curso de “Análisis, descripción e interpretación del dato arqueológico” y luego en Tucson, en la Universidad de Arizona realizó el curso de “Técnica de excavaciones arqueológicas”. Estos cursos tuvieron un énfasis especial en el “Método cuantitativo para obtener cronología cultural”, conocido también con el nombre de “Seriaciones”, el cual fue propuesto inicialmente por James A. Ford a mediados de los años treinta, y desarrollada posteriormente por otros investigadores norteamericanos agrupados en torno al Instituto Smithsonian de Washington.[7]
Durante su estadía en Norteamérica tuvo la oportunidad, no solo de aprender, sino que de compartir con los más importantes arqueólogos y antropólogos de este país y de otros becarios de América Latina. A su regreso a Barranquilla, tenía una visión diferente de la arqueología, conocía una metodología que era compartida por varios otros especialistas, se incorporó de lleno a la comunidad científica que le correspondía y solo necesitaba tiempo para continuar con su trabajo de averiguar el papel que le correspondía al bajo Magdalena en la historia temprana de las Américas.
En 1962,  tuvo lugar en Barranquilla un Seminario de Arqueología de 15 días con estudiantes de todos los países de América Latina organizado por el Instituto de Investigaciones Etnológicas de la Universidad del Atlántico. Este evento contó con el apoyo de Instituto Smithsonian, de la National Sciencies Foundation y de  la Unión Panamericana. Este importante encuentro tuvo como objetivo adiestrar a un grupo de arqueólogos en el método cuantitativo de las seriaciones y tuvo como profesores al propio James Ford, a Clifford Evans y a Betty Meggers. Por supuesto que uno de los asuntos discutidos fue lo relacionado con la colección de cerámica barrancoide encontrada en el sitio aledaño de Malambo. Como un resultado de esta jornada, Angulo sintetizó el conjunto de conjeturas sobre la relación entre Malambo y Barrancas en un breve informe que se publicó en 1962 al mismo tiempo en inglés y en español.[8] Angulo ya contaba con varios cortes realizados en Malambo, en uno de ellos, el corte Nro. 3, recogió carbón vegetal en el nivel arbitrario Nro. 14, que da una fecha de 3.070 antes del presente, con 200 años de posible variación.[9] Esta fecha ubica a Malambo en una fase cronológica contemporánea de los sitios de El Palito, La Cabrera y Las Barrancas, excavados por Irving Rouse y José Cruxent, cuyas fechas radiocarbónicas están alrededor de los 3.000 años antes del presente (1950).[10] De este modo, al fijarse el punto de partida de ambos sitios, lo que quedaba por delante era un arduo trabajo arqueológico que ofreciera suficientes evidencias para dilucidar la dirección que tuvo la influencia cultural, del Orinoco hacia el Magdalena o al revés. Casi veinte años después se lograría establecer con relativa claridad la relación entre los dos sitios.
Todo este inmenso trabajo de fundar y organizar el Museo Etnológico tuvo lamentablemente un triste final. En 1962,  Angulo fue retirado de la dirección del Museo por una decisión de la directiva de la Universidad del Atlántico. Con esta fatal decisión se sepultó este gran proyecto de resonancia internacional y a los pocos años, muy a pesar de Angulo,  ya era muy poco de lo que quedaba del Museo, que fue víctima del abandono, del desorden y de la desaparición de piezas importantes,[11] privando, de esta manera, a la ciudad de Barranquilla de una parte importante del  patrimonio histórico prehispánico.
Después de abandonar el museo, Angulo necesitaba dedicarse a alguna actividad que le produjera los recursos necesarios para vivir con su familia. En ese momento no sintió mayor atracción por la academia, sino más bien cierto fastidio por la amarga experiencia que vivió cuando lo retiraron de la dirección del mueso. Quizás buscando la manera de combinar una actividad lucrativa sin abandonar del todo sus intereses científicos, se decidió por adquirir dos fincas en dos lugares muy estratégicos. Una de ella en el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta que bautizó como Taironaca, y otra al lado de la carretera entre Barranquilla y Tubará que denominó San Carlos. Durante una década estuvo produciendo leche, huevos, queso, frutas, etc., y al mismo tiempo continuaba haciendo regulares prospecciones en el terreno, especialmente en la Ciénaga Grande, en donde pudo ubicar y reconocer una gran cantidad de sitios arqueológicos. Sus colegas y amigos, al saber de las nuevas actividades de Angulo, no desaprovechaban oportunidad para hacerle largas visitas para compartir los eventos relacionados con la arqueología del Caribe.
A mediados de los años sesenta, exactamente en 1965, Gerardo y Alicia Reichel Dolmatoff publicaron los resultados definitivos de las excavaciones y hallazgos que venían realizando desde 1961 en el famoso sitio de Puerto Hormiga, en la desembocadura del Canal del Dique, en las cercanías de Cartagena de Indias. Este sitio fue encontrado de manera casual por trabajadores de ganadería en la Hacienda Pomares.[12] Esta publicación produjo mucha inquietud entre los investigadores de la historia temprana del Caribe. En primer lugar porque la fecha más antigua del sitio, corroborada por el procedimiento del Carbono 14, procedimiento de datación muy novedoso para la época además de costoso, dio una fecha de 5.040 años antes del presente, con un margen de error de 70 años.[13] Además de la antigüedad, se encontró en el sitio una cerámica con desgrasante vegetal, que en ese momento y hasta el día de hoy, es considerada como la más antigua del continente americano. El conchero de Puerto Hormiga, se constituye en un hito de la historia temprana de América y del Caribe, y al mismo tiempo se establece como una referencia obligada para todos los arqueólogos que trabajaban en la región. Por supuesto que la noticia de Puerto Hormiga le produjo a Angulo una gran inquietud, ya que su preocupación principal en esos años era desentrañar el misterio de Malambo, cuya expresión y único testimonio eran los fragmentos de cerámica, la cual había sido asociada al sitio de Barrancas en la desembocadura del Rio Orinoco en Venezuela. Lo único que se podía afirmar en 1965 era que entre Puerto Hormiga y Malambo debía de existir algún nexo cultural que faltaba por establecer a través de excavaciones en el territorio que queda entre los dos sitios. De todos modos, se observaba que ambas cerámicas estaban relacionadas, pero no era una evidencia suficiente como para hacer afirmaciones definitivas.   
A fines de los años sesenta, el arqueólogo alemán Henning Bischof, publicó los resultados de varias prospecciones y excavaciones que venía haciendo desde 1961, cuando por primera vez visitó la Ciénaga Grande de Santa Marta en compañía de Angulo. El interés de Bischof era la cultura Tayrona, por lo cual hizo un corte en el sitio Mina de oro, al oriente de la desembocadura en la Ciénaga del río Fundación. Las continuas visitas de este alemán mantenían despierto a Angulo, en especial porque al buscar Bischof las raíces remotas y desconocidas de los Tayronas, podría encontrar algún antecedente interesante para el enigma de Malambo y Barrancas, además de los posibles contactos entre la gente de Malambo y la de la Sierra Nevada. Los trabajos de Bischof culminaron finalmente en una tesis doctoral en la Universidad de Bonn en Alemania Federal en 1971.[14] Estas investigaciones lograron establecer algunos elementos empíricos sobre el origen de la cultura Tayrona en cerámicas encontradas en el piedemonte occidental de la  Sierra Nevada, pero nunca fueron suficientes para demostrar de manera clara un contacto cultural con la gente del Bajo Magdalena. Estos hallazgos no eran los primeros, porque Alden Mason encontró en 1931 una cámara funeraria en Nehuange, que indicaban que podría existir una posible relación entre la cultura Tayrona y las sociedades indígenas de la parte baja del Rio Magdalena, es decir, con Malambo.[15] Estos aportes de Bischof incorporaban nuevos elementos de juicio a una polémica que entre tanto ya formaba parte de los temas recurrentes en las conversaciones de los arqueólogos, el cual giraba en torno a los orígenes de la cultura Tayrona.
A fines de los años setenta, Gerardo Reichel formuló en su difundido texto incluido en el Manuel de Historia de Colombia sus tesis sobre el asunto de los grupos de la Sierra Nevada. Según Reichel, ante la discontinuidad que presentaban las evidencias arqueológicas, lo llevó a “pensar en la posibilidad de que los Tayronas sean de origen centroamericano y que hayan llegado a las costas de Santa Marta por mar”.[16]  Las conjeturas de Angulo al respecto iban en una dirección contraria a Reichel, ya que sugería que la cultura Tayrona debió de haber derivado de las sociedades del Bajo Magdalena, una hipótesis de trabajo que en ese momento carecía totalmente de soportes empíricos. Esta tesis de Angulo sobre el origen de la cultura Tayrona, la cual sería una continuación de los grupos del Bajo Magdalena, nunca la formuló en algún documento, debido seguramente a la falta de elementos empíricos y por su habitual afán de rigurosidad científica, pero en conversaciones sobre el tema en pequeños círculos si se atrevía a formular sus conjeturas al respecto. Como las posibles evidencias de la evolución histórica desde el Rio Magdalena hacia la Sierra Nevada debería ser la Ciénaga Grande de Santa Marta, durante los años sesenta estuvo dedicado a  buscar sitios y a preparar futuras excavaciones sistemáticas para dilucidar este enigma.
  
En 1971, el historiador AntonioVitorino, en ese momento docente de la Universidad del Norte, le solicitó a Angulo que se hiciera cargo de la asignatura de Antropología Cultural para los estudiantes de sicología. Después de una década volvía a la labor docente, con cierta reticencia hizo un semestre y se retiró, luego, ante la insistencia de Vitorino, accedió a retomar nuevamente su vocación de maestro abandonada tantos años.
En la Universidad del Norte, en ese momento una institución joven de reciente fundación en 1965, se reencontró nuevamente con sus libros, con el entusiasmo de los jóvenes estudiantes y el ambiente intelectual propicio que creaban sus colegas de humanidades. Con el apoyo de la rectoría logró después de un tiempo iniciar desde cero la misma labor que hiciera en 1947, es decir, la organización de un laboratorio de arqueología para investigadores, como una semilla también de un futuro museo arqueológico. Paralelo a sus obligaciones docentes, comenzó a trabajar en el proyecto de una arqueología sistemática de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Sus años de “Farmer” entre el piedemonte de la Sierra Nevada y la orilla de la Ciénaga Grande lo convirtieron en un gran conocedor de la región y le permitieron ubicar los principales sitios para realizar las excavaciones que permitieran establecer el lugar que le correponde a esta región en la evolución de las sociedades prehispánicas, los cuales, en su mayoría eran grandes depósitos de conchas y restos de moluscos, que se conocen con el nombre de Concheros.  Una breve pausa de este trabajo fue su asistencia al VII Congreso Internacional para el estudio de las culturas precolombinas de las Antillas, que tuvo lugar en la ciudad de Caracas. En esta oportunidad su ponencia la tituló “La serie Barrancoide en el Norte de Colombia”, en la cual retomaba nuevamente el tema tal como lo había dejado en 1962, y que encontró acogida entre algunos colegas y desconfianza en otros. La polémica fue provechosa porque se establecieron unas recomendaciones  para abordar en forma intensiva el estudio de la arqueología de Malambo, incluyendo, hasta donde fuera posible, un reconocimiento del curso bajo del Rio Magdalena.  
De regreso a Barranquilla, le dio los últimos retoques al trabajo pendiente sobre la Ciénaga y  fueron publicados en forma de libro en 1978 por el Banco de la república,[17] que era el primero que llevaba a cabo con base en la metodología aprendida en Estados Unidos hacía mas de veinte años. En su parte inicial, el libro ofrece un capítulo extenso sobre el ambiente físico de la Ciénaga, que se constituye en un texto pionero en el campo de ecología, ya que la descripción se hace con un enfoque que en aquellos años no era muy frecuente. Además de la descripción de todo lo natural, incluyendo plantas, animales y microorganismos, da cuenta de la inmensa tragedia que y había producido la construcción de la carretera Barranquilla Ciénaga construida por tramos desde fines de los años cincuenta y culminada con la apertura del puente sobre el rio Magdalena en 1974.
Los concheros excavados en la Ciénaga no lograron establecer algún tipo de nexo entre el Gran Rio y la Sierra. El más antiguo de estos es del siglo IV después de Cristo, lo que significa que se trata de una prolongación en el tiempo de un modo de vida que ya se había establecido en Puerto Hormiga, y en otros lugares de la línea costera, tres mil años atrás. Los seis concheros excavados en la Isla de Salamanca y en la Ciénaga Grande cubren una historia que comienza a principios del siglo IV después de Cristo, hasta desaparecer a fines del siglo X, después de la llegada de las tribus Caribes desde el sur y del surgimiento de los grupos de la Sierra Nevada de Santa Marta. La experiencia histórica de los hombres de estos Concheros plantea varios desafíos a la arqueología y la teoría de la historia, como por ejemplo la cuestión del desarrollo desigual de los modos de vida en una región amplia como lo es el Caribe Colombiano. Los Concheros son, sin duda alguna, un modo de vida que ya tenía mas de tres mil años, y se re-establece en los momentos que Malambo estaba produciendo yuca cultivada desde hacía mas de mil años. Este ejemplo podría servir para comparar las formas de vida en la actualidad en el mundo, en donde se observa, hoy más que nunca, que en la evolución de las sociedades del planeta consideradas en conjunto en el tiempo, la experiencia de la sociedad industrial en Europa, Estados Unidos y en algunas otras regiones, es solo una experiencia que tiene apenas unos 250 años, mientras que en otras regiones del globo aun sobreviven formas de vida consideradas como primitivas por la ciencia oficial del mundo industrializado. Conceptos como “subdesarrollo” o “progreso” no tendrían validez en una posible aplicación a la experiencia de los Concheros en relación a Malambo o a la naciente cultura Tayrona.   

Después de las excavaciones en la Ciénaga, en donde no se pudo establecer el nexo cultural que podría haberse esperado, entre los hombres de la Yuca de Malambo y los hombres de la Sierra Nevada, la mirada se dirigió entonces a Malambo, un sitio que exigía con urgencia que se le aclarara su posición en la historia de la región. Los materiales, las observaciones, los libros, las visitas, las fotos, las reflexiones y discusiones con los colegas sobre el papel de Malambo en la historia, serían ahora puestos sobre el escritorio para iniciar las excavaciones con el método de las seriaciones aprendido hacía casi veinte años atrás. Este trabajo se realizó con los auspicios del Fondo de Investigaciones Arqueológicas Nacionales y de la Universidad del Norte. Esta investigación dio por resultado la comprobación de que los indicios encontrados en 1960, ahora transformados en evidencias arqueológicas, demostraban que en Malambo había existido una tradición cultural un milenio antes de Cristo basada en una vida aldeana y en cultivo de la yuca.[18]
Por supuesto que las conclusiones finales de su trabajo de Malambo produjeron todo tipo de reacciones. Las razones son más que obvias, ya que ubicaba a este sitio como uno de los primeros del norte de Sudamérica en donde se producen los primeros ensayos de vegecultura, es decir el comienzo de la llamada “revolución neolítica”. Por otra parte Malambo se convierte en el centro de difusión de un modo de vida aldeano y vegecultor en una vasta zona que alcanza hasta la desembocadura del Rio Orinoco y parte de las antillas. Los investigadores que conocían la seriedad de Angulo, incluyeron de inmediato sus conclusiones en sus investigaciones, publicaciones y en la docencia universitaria. Voces escépticas sobre la veracidad o la pulcritud de la arqueología de Malambo las hubo y las hay todavía en determinados círculos colombianos, pero en los centros de estudio de Europa  y América su obra es y seguirá siendo reconocida.
La evidencia que expone Angulo para afirmar que se cultivaba Yuca está basada en que en el nivel arbitrario del cual se extrajeron muestras de carbón vegetal que dan como fecha mas antigua 1.120 antes de Cristo, se encontraron Budares, que son las bandejas en donde tradicionalmente se produce la el Cazabe de la Yuca Brava (Manihot Esculenta Grantz). El estudio del sitio, que fue hecho con base al método cuantitativo para la obtención de cronologías culturales, conocido también como método de la seriación, permitió establecer “con suficiente claridad” que la introducción de la yuca produjo cierta estabilidad en la comunidad indígena de Malambo, y luego un aumento de la población. También se observa un “extraordinario desarrollo artístico de la cerámica y en indicios de una división del trabajo”. 
En la historia temprana del norte de Colombia, Malambo se ubica alrededor de dos mil años después de Puerto Hormiga y a dos mil también del surgimiento de los cacicazgos de la Sierra Nevada en el siglo XIII después de Cristo. Según Angulo, y con base a los datos arqueológicos, la historia de Malambo se acaba en el siglo VII después de Cristo, que es un período muy poco estudiado, quizás por la complejidad que presenta, ya que es el momento en que comienzan a llegar los grupos Caribes desde el sur del continente. Angulo pudo reconocer en los niveles superiores la presencia Caribe, pero nunca se dedicó a estudiar el problema del contacto, conquista, invasión, asimilación o mestizaje entre los grupos Arawaks y los Caribes, que está abierto a los investigadores.
Una culminada la arqueología de Malambo, y poseedor de una metodología probada ya dos veces con éxito, buscó hacia atrás de Malambo en el tiempo, es decir en dirección Puerto Hormiga. Era evidente para todos que ambos sitios estaban relacionados de alguna manera, lo que faltaba era encontrar el o los sitios que sirvieran de nexo a dos mil años de historia que mediaban entre un modo de vida recolector marino en Puerto Hormiga y los comienzos de la vida agrícola en Malambo. Siguiendo la geografía regional, que Angulo conocía como la palma de su mano,[19] se decidió por hacer una arqueología en el Valle de Santiago, cuya ubicación a la orilla del Mar Caribe, entre Malambo y Cartagena, podría encontrarse un eslabón de la historia. Este trabajo fue publicado en 1983 por la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales.[20] Los resultados de estas excavaciones no pudieron relacionar la posible secuencia temporal entre Puerto Hormiga y Malambo. Lo más interesante que se encontró fue una cerámica con desgrasante de conchas marinas, una técnica que se encuentra en muchos lugares del mundo y que en Colombia plantea algunos problemas tempero-espacial de cierta importancia. La primera evidencia de desgrasante de conchas se encuentra en el  sitio de Canapote, ubicado al oriente de la ciudad de Cartagena, que fue excavado por Henning Bischof. Aunque no hay fechas de Carbono 14, el propone una fecha tentativa de 2.000 antes de Cristo. En el Valle de Santiago, “las fechas mas tempranas, corresponden, aproximadamente, a la parte media de la secuencia de la Fase Tocahagua y éstas se sitúan alrededor del siglo III A.D”, es decir unos trescientos años después de Cristo.[21]  Además de Canapote, Angulo señala varias otras referencias sobre desgrasante de conchas en la región del norte de Colombia, como en el sitio El Estorbo en el Golfo de Urabá, en la Isla de Barú y en el golfo de Morrosquillo. Sin embargo todo que “en suspenso” una respuesta amplia sobre el significado histórico del desgrasante de concha en el Valle de Santiago.
En la década de los ochenta, Angulo tuvo un intenso programa de actividades. Era docente y  director del Departamento de Humanidades de la Universidad del Norte, arqueólogo activo y miembro de número de la Fundación de la Arqueología del Caribe, creada en 1982 por Paul M. Caron. En 1984 asistió como ponente al Primer  Simposio de la Fundación en la isla de Vieques en Puerto Rico. Angulo presentó una ponencia sobre las relaciones entre la región del Bajo Magdalena, es decir Barranquilla, con la Ciénaga Grande y la Sierra Nevada. [22] En este artículo intenta demostrar la existencia de un intenso intercambio durante las últimas centurias antes de la conquista entre los grupos de la Sierra Nevada y el Bajo Rio Magdalena, quienes  tenían su punto de encuentro en la actual ciudad de Ciénaga a orillas de la extensa albufera.
A mediados de la década de los ochenta, exactamente entre los meses de Enero a Julio de 1984, inició lo que iba a ser su último trabajo arqueológico en la Ciénaga del Guájaro. La escogencia de este sitio obedeció una vez mas a un plan previamente establecido que el denominó Arqueología del Departamento del Atlántico, después de Malambo y Valle de Santiago. El mismo se ratifica su metodología de abordar las investigaciones dentro del criterio de la arqueología por regiones, con base a su propio plan formulado en 1952. Este aspecto es importante de destacar porque en los últimos años se ha pretendido sugerir que Angulo hacía excavaciones puntuales, desconociendo lo regional. La verdad es que es una crítica totalmente descabellada porque sus cuatro obras más importantes señalan lo contrario. La preocupación fundamental siempre fue el de ubicar el papel de cada sitio en el contexto de la historia regional y continental. Desde 1962, cuando se comprobó la relación existente entre la desembocadura del Orinoco y Malambo, el horizonte cultural del bajo Magdalena adquirió de inmediato una dimensión que abarcaba gran parte de la costa norte de Sudamérica. Luego, cuando en 1965 se dio a conocer la antigüedad del sitio de Puerto Hormiga, lo obligó a mirar “hacia atrás”, es decir, a buscar la relación entre este conchero y Malambo. Al parecer, Angulo creyó que la entrada a Malambo podía ser el Valle de Santiago, pero como ya se mostró no fue así y las fechas y restos de este sitio son bastante tardíos. Si la evolución cultural no pasó por Santiago, entonces debió haber sido por el Canal de Dique, y el lugar mas propicio mirado desde la geografía era sin duda la Ciénaga del Guájaro.
Los resultados de este trabajo representan la madurez de Angulo como científico, tanto a nivel teórico como práctico. Realizó primero una colección de superficie, que le sirvió luego para fijar los sitios donde realizar los cortes, los cuales resultaron ser muy abundantes en restos. Los sitios más importantes de esta excavación son Rotinet y Carrizal. Los análisis de Carbono 14 demuestran que la primera ocupación de Rotinet se produce a mediados del tercer milenio antes de Cristo (4.190 antes del presente) y termina aproximadamente hacia la mitad del segundo milenio, es decir un poco antes de los posibles inicios de Malambo. Con base al método de la seriaciones y cortes arbitrarios, se pudo establecer que el sitio fue abandonado por largo tiempo, hasta su re-ocupación a comienzos de la era cristiana, que Angulo denominó período Carrizal. Rotinet estuvo conformado por una serie de concheros con restos de gasterópodos y algunas especies de mar. La cerámica encontrada tiene una similitud con Monsú, que se caracteriza por el predominio de formas sencillas, así como la tendencia al uso de motivos geométricos en la decoración, lo que hace que Angulo haga un replanteamiento de la relación entre Puerto Hormiga, Monsú y Guájaro y la prolongación del modo de vida recolector-cazador en esta región. Todo indica que Rotinet no significó un cambio cualitativo en el modo de vida respecto a Monsú, Puerto Hormiga, Barlovento y Canapote, sino que se mantiene dentro de la combinación de concheros y cazadores. Aunque “los budares se encuentran presentes a lo largo de todo el período Rotinet”, no se atreve a asignarle una importancia decisiva en la economía doméstica, la cual indica que se trataba de una combinación de la utilización que el medio ambiente les ofrecía. El análisis de los restos en los niveles superiores indica que a mediados del primer milenio surgen aldeas cuya alimentación era básicamente de yuca, sin abandonar del todo los demás recursos del ecosistema. Ya al finalizar el primer milenio después de Cristo estas aldeas acceden al cultivo del maíz, en la misma época que lo hacen Tubará, Piojo, Cipacua y el Valle de Santiago.
Por razones de orden público, el profesor Angulo tuvo que suspender las excavaciones, y en los años que siguieron se dedicó a llenar algunos vacíos, a reflexiones sobre variados aspectos que compartía con sus colegas de la fundación y a la docencia y asesoría a los jóvenes arqueólogos e historiadores quienes lo visitaban en su cubículo del Departamento de Historia de la Universidad del Norte.
Para la conmemoración de los 500 años de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, Angulo preparó una apretada síntesis de todo el proceso histórico prehispánico en el norte de Colombia utilizando el concepto de Modo de Vida, que lo compartía con uno de sus mejores amigos, el venezolano Mario Sanoja y su esposa Irradia Vargas. Este folleto es de gran utilidad para los especialistas en la materia, mas no para el público en general. Muchos de sus amigos y admiradores de su obra hubiéramos deseado que esta síntesis la hubiera convertido en un texto mucho más extenso para su divulgación y que alcanzara un público más amplio.
 Después de 1992 se dedicó a preparar dos obras, ambas hasta ahora inéditas. Una de ellas preparada para la National Geographic titulada “Arqueología de superficie del departamento del Atlántico y regiones adyacentes”, la cual se publicará en un futuro próximo. La otra es un estudio del proceso de difusión cultural de la tradición Malambo a lo largo del Rio Magdalena.
Hasta una semana antes de su muerte estuvo trabajando, preparando sus materiales para su curso del próximo, revisando las investigaciones pendientes y pensando en los proyectos para el futuro con un entusiasmo admirable. Murió rodeado del cariño de sus familiares, de sus hijos Betty y Carlos, de su médico y discípula Rocío Barragán, de sus mas cercanos colaboradores y, sobre todo, de aquella tranquilidad que se obtiene después de haber trabajado con pasión por su tierra costeña, con una honradez y pulcritud ejemplares desde su puesto de investigador y profesor. Nos deja un gran legado de conocimientos, una biblioteca especializada y acumulada durante medio siglo de estudio, un  laboratorio de arqueología y un sueño: crear un Museo Antropológico del Caribe Colombiano, que a su vez fuera un centro de investigaciones y divulgación.
En la lápida de su tumba en el cementerio Jardines del Recuerdo de Barranquilla se puede leer la siguiente inscripción:

“La historia de nuestro país no comienza con la llegada del primer conquistador español, sino que se inicia en el momento en que el primer hombre puso sus pies en el territorio de lo que hoy es Colombia, y desde entonces, comenzó la construcción de nuestra nación”
“Hacia el año 1130 a. C encontramos en Malambo evidencias del consumo de la yuca amarga. Si aceptamos que la tradición Malambo fue, tomando como base los datos cronológicos, el centro de difusión, nuestra visión sobre ella sería la de asignarle un papel clave en una de las etapas del desarrollo cultural de América Prehispánica”.

Como profesor, fue un ejemplo de dedicación, y como colega y amigo, se destacó por el respeto que tuvo por quienes vivieron a su lado.

FIN DEL DOCUMENTO





[1] Sobre la vida de la ciudad de Barranquilla en los años cincuenta véase: VILLALÓN, Jorge. Barranquilla en el tiempo de la prosperidad de milagro.1947-1957. En: Revista Huellas Nr. 40. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 1994. También la obra periodística de Gabriel García Márquez escrita en Barranquilla compilada por Jaques Gilard. Textos Costeños. Bogotá: Oveja Negra, 1983. 
[2] BLANCO, José A. Tubará. La encomienda mayor de Tierradentro. Bogotá: Centro Editorial Javeriano. 1995.
[3] ANGULO V., Carlos. Colecciones arqueológicas superficiales de Barranquilla y soledad. Divulgaciones
Etnológicas. Vol. III No.5. Junio de 1954. Barranquilla. También se publicó Contribuciones a la arqueología de Barranquilla. Nuevo Horizonte. Este artículo se conoce porque ha sido citado, pero ni el propio autor conserva un ejemplar.  
[4] El Country Club forma parte de la Urbanización El Prado de los empresarios Parrisch ubicada en la Calle
76 con Carrera 53.
[5] Nuevo Horizonte es un barrio ubicado en la Carrera 43 entre las calle 82 y 85 que tiene la característica de
ser uno de los lugares más elevados de la ciudad con una visión panorámica del rio y su desembocadura.
[6] Así lo cuenta el propio Angulo en su libro: La Tradición Malambo. Bogotá: Banco de la República, 1981. Pág. 14.
[7] MEGGERS, Betty J. y EVANS, Clifford. Cómo interpretar el lenguaje de los textos. Washington, D.C. 1969.
[8] ANGULO, Carlos. Evidences of the Barrancoid Series in North Colombia. School of Interamerican Studies. University of Florida. 1962. La versión en español apareció bajo el título de: Evidencias  de la Serie Barrancoide en el Norte de Colombia. En: Revista Colombiana de Antropología. Bogotá. 1962. Vol. IX.
[9] Ibid. Pág. 86-87.
[10] ROUSE, Irving y CRUXENT, José. Arqueología cronológica de Venezuela. Vol. I y Vol. II. Washington: Unión Panamericana, 1961.
[11] Esta información se obtuvo directamente en conversaciones del autor con Carlos Angulo Valdés en la
Universidad del Norte.
[12]  REICHEL, Gerardo. Puerto Hormiga: Un complejo prehistórico marginal de Colombia. Nota preliminar. En: Revista colombiana de Antropología, Vol. X. Bogotá: 1961.
[13] Ibid. Excavaciones arqueológicas en Puerto Hormiga. Bogotá: Ediciones Universidad de Los Andes, 1965. El concepto de “presente” para la datación con base al Carbono 14 es el año 1950, fijado de manera convencional por el norteamericano Williard Frank Libby (1908-1980), quien desarrolló este procedimiento.
[14] BISCHOF, Henning. Indígenas y españoles en la Sierra Nevada de Santa Marta, siglo XVI. En: Revista
Colombiana de Antropología. Vol. 24. 1982-1983. Resumen de su tesis doctoral de Bonn  en 1971. "Die spanisch-indianische Auseinandersetzumg in der nördlichen Sierra Nevada de Santa Marta"   (1501-1600)
[15] BISCHOF, Henning. La cultura Tayrona en el área intermedia. En: Memorias del 8. Congreso de Ameicanistas en Stuttgart y Munich en 1968;
[16] REICHEL, Gerardo. Colombia indígena: Período prehispánico. En: JARAMILLO, Jaime. Manuel de Historia de Colombia. Bogotá: Colcultura, 1984. Pág. 95. Primera edición en 1978.
[17] ANGULO, Carlos. Arqueología de la  Ciénaga Grande de Santa Marta. Fundación de Investigaciones
      Arqueológicas Nacionales. Banco de la República. Bogotá. 1978.
[18] ANGULO, Carlos. La tradición Malambo. Banco de la República. Bogotá. 1981.
[19] En 1952 publicó el primer y único número de la Revista Geográfica un artículo titulado: El Departamento del Atlántico y sus condiciones físicas, aplicando las enseñanzas de su admirado maestro, el español Pablo Vila en la Escuela Normal Superior de Bogotá.
[20]   ANGULO, Carlos. Arqueología del Valle de Santiago. Norte de Colombia. Bogotà: Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la Repùblica, 1983.
[21]  Ibid. P. 170. La sigla A.D. que significa en latìn Anno Domini, señala el período después de Cristo.
[22] ANGULO, Carlos. Relaciones de intercambio entre tres regiones arqueológicas del Norte de Colombia.
Ciénaga Grande, Sierra Nevada y el Bajo Magdalena. En: Revista Stvdia. Universidad del Atlántico, 1984.

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