viernes, 22 de julio de 2011
Este texto fue publicado en:
Corporación Luis E. Nieto Arteta. La Aduana 15 años. Barranquilla, 2009.
Barranquilla nace al siglo XX: 1900 - 1920
Por Jorge Villalon
Luis Eduardo Nieto Arteta escribió un libro durante su estadía como diplomático en Brasil con el título de El Café en la sociedad Colombiana, en donde afirma que “El destino y el desarrollo local de la ciudad de Barranquilla están vinculados al café, como antes, pero en escala menor lo estuvieron al tabaco y la quina”.[1] En esta breve frase logra condensar una verdad histórica que ha sido posteriormente documentada por los historiógrafos de la ciudad. Efectivamente, Barranquilla se vinculó a la economía de exportación de Colombia desde fines del siglo XIX como puerto fluvial conectado al interior de Colombia por medio de los vapores que bajaban por el Río Magdalena con los productos de exportación, que llegaban al corazón de la ciudad a través del caño para luego ser embarcados por ferrocarril hacia Puerto Colombia con destino final a Europa y Estados Unidos. Las mercaderías diversas que llegaban al país hacían el recorrido contrario, desde el muelle de Puerto Colombia hasta la Estación Montoya y desde aquí río arriba hasta Puerto Berrío y Honda para alcanzar las ciudades andinas en donde se juntaba el café cultivado en las montañas colombianas.
El año de 1871 fue decisivo para el caserío llamado Barranquilla cuando en el primer día de Enero se realizó el primer viaje en ferrocarril desde el puerto fluvial hasta Sabanilla, y luego, en el mes de Septiembre se inauguró la estación que fue bautizada con el nombre de un antioqueño pionero de la navegación a vapor: Francisco Montoya.[2] Vergara y Baena, cuando en 1922 publicaron el primer intento de un libro de historia de la ciudad, ya se habían percatado de la importancia de este evento que tuvo la construcción de la conexión ferroviaria entre Barranquilla y Sabanilla para explicarse el asombroso crecimiento material del caserío.[3] Se podría decir que el siglo XX comenzó antes de 1900, al menos en lo que tiene que ver con la infraestructura material que tenían las ciudades modernas de principios de siglo XX, como un acueducto, que fue inaugurado en 1880, fábricas, comercio activo, teléfonos, tranvía, luz eléctrica y salas de cine, y en la vida espiritual tuvo periodismo, artes y educación. Todo lo anterior surgió antes que despuntara el siglo XX y luego se continuó desarrollando.
Este es el momento feliz en la historia de Barranquilla que tanto es recordada por los historiadores económicos, por los cronistas, por los estudiosos de la cultura y por algunos políticos y empresarios que miran hacia este pasado como una utopía al revés, como un paraíso perdido que se añora.[4] Las cifras de las estadísticas económicas han confirmado que este medio siglo, entre 1870 y 1920, ha sido el de mayor esplendor de la ciudad, al menos en términos económicos.
Lo que ocurría en Barranquilla y en Colombia forma parte de un proceso que afectó a casi todos los países latinoamericanos en el transcurrir del siglo XIX. Una vez conquistada la libertad política de España y se comenzaba a construir el sistema republicano, las diferentes naciones intentaron vincularse a la dinámica del comercio internacional cuyo centro era Inglaterra y Europa en pleno proceso de industrialización. Algunos países lo hicieron recién acabada la guerra de la independencia, como Chile por ejemplo, que encontró un mercado para su plata, cobre y trigo en Inglaterra; otros exportaron cacao, tabaco, y a principios del siglo XX algunos comenzaron a exportar petróleo, como es el caso de Venezuela. Este modelo de América Latina, que algún historiador denominó como un “nuevo pacto colonial”, no se llevó a cabo sin problemas. Los grupos sociales tuvieron que acomodarse a la nueva situación y en varios casos los conflictos llevaron a las interminables guerras civiles latinoamericanas o a la transformación de los regímenes oligárquicos como en México, de manera violenta, y en otros países como Chile, Brasil o Argentina por medio de enfrentamientos no tan violentos entre los partidos políticos.[5] Barranquilla y Colombia no estuvieron ajenas a este proceso, y precisamente, el siglo XX comienza en Colombia con el fin de la última guerra civil colombiana en 1902, una guerra relacionada con la expansión de la economía cafetera.[6] Nieto Arteta, en la obra ya mencionada escribió: “Las economías nacionales de Latinoamérica siempre han cumplido, en la mundial, una determinada función: producir materias primas y alimentos.[7]
Colombia se asomaba al siglo XX con unos cinco millones de habitantes y Barranquilla registra en 1905 una de población de 40.115 personas. Como en otros lugares de América Latina, el ferrocarril generaba muchos procesos adicionales al mero transporte de las mercancías, como diversas actividades de todo orden y que se reflejaba, por ejemplo, en el aumento de la población de las ciudades por donde pasaba la máquina de hierro. Después de 1871 la ciudad aumentó su población a un ritmo superior a otros lugares de Colombia. En el primer censo que se realizó en 1777, el caserío contaba con 2.633 personas, el conglomerado más numeroso de Tierradentro, seguido de Soledad y Sabanalarga.[8] A mediados del siglo XIX llegó a tener 11.510 habitantes, y una década después de haberse inaugurado el Ferrocarril de Bolívar, el caserío tenía unos 17.000 habitantes. Es decir que uno de los mayores impactos de la actividad comercial de la ciudad fue en el aumento de la población, proceso que continuó en los años posteriores hasta alcanzar en 1938 una población de más de 150.000 habitantes.[9]
El sistema industrial en pleno desarrollo en Europa y Estados Unidos se comenzó a adoptar en algunas ciudades latinoamericanas, sobre todo en aquellas, como Barranquilla, que contaban con una importante cantidad de inmigrantes de estos países industriales. En 1910, el periódico El Progreso publicaba una estadística oficial con un detallado listado de las empresas comerciales, industriales y recreacionales de la ciudad. Este informe registra 7 fábricas de jabones, dos de velas, una de gaseosas, una de cerveza, 6 panaderías, 9 imprentas, 6 sastrerías, 9 empresas de navegación fluvial, 3 bancos, 27 almacenes y 104 tiendas.[10]
La tradición nos ha legado un plano de 1905 que nos permite ver la dimensión de la ciudad cuando nace al siglo XX. El núcleo central estaba todavía en la calle 30 a la orilla del caño por donde entraban y salían los vapores del puerto fluvial al frente del actual edificio de La Aduana, que la memoria colectiva denomina como Intendencia Fluvial. El Barrio Rebolo, o Barrio Arriba, en el sentido de la dirección del río En las cercanías del terminal del ferrocarril de Bolívar y del tranvía estaba el llamado Barrio Abajo, uno de los más antiguos de la ciudad. Dos caminos de tierra comunicaban a Barranquilla con la región, uno hacia la vecina localidad de Soledad hacia el sur, y hacia el Norte hasta el pueblo de pescadores de Siape. El Cementerio Universal era el límite de la ciudad hacia el occidente y la actual Calle Murillo era el límite de la zona urbanizada.[11]
Los estudios geológicos han determinado que el mar estuvo en épocas pretéritas muy cerca de la actual ciudad lo que se demuestra también por los testimonios de los viajeros a quienes les llamaba la atención la arena de las calles, que al caminar en períodos de lluvia se hundían y en el tiempo de las brisas había que cubrirse los ojos por las ventoleras de arena, razón que explica el apodo de La Arenosa. A mediados de los años 20 se levantaron los rieles y se comenzó el pavimentado de las calles a cargo del legendario ciudadano norteamericano Samuel Hallopeter, encargado de administrar las empresas públicas de la ciudad. Al evocar la vida de la ciudad en este primer cuarto de siglo, debemos hacerlo pensando que todo lo que ocurrió fue sobre unas calles de arena. A pesar de esto, comenzaron a circular los primeros automóviles. El primero lo trajo el señor Ernesto Duperly en 1911 y en los años 20 llegaron los primeros autobuses y camiones.[12]
El mundo espiritual de los habitantes giraba alrededor de la iglesia católica, que ya se había hecho presente a principios del siglo XVIII guiada por el sacerdote español Luis Suárez, casi un siglo después de que el caserío existiera. Fue declarada luego Parroquia en 1744 y más tarde se comenzó a construir la Iglesia de San Nicolás en el sitio en que se encuentra ahora.[13] El lugar escogido estaba ubicado en el centro de las actividades del caserío al final de le época colonial, con el frontis mirando hacia el playón, la actual Plaza Ujueta, en donde se concentraba toda la actividad económica, con un pequeño espacio a la manera de una plaza que en los últimos dos siglos ha experimentado diversas transformaciones. En los inicios del siglo XX, dentro del perímetro urbano había, además de la de San Nicolás, otras seis iglesias, como una respuesta al desmesurado crecimiento de la población. San Roque en la actual calle 30, iniciada como parroquia por los propios habitantes quienes invocaban la protección del santo durante los estragos del cólera de 1849.[14] La otra es la del Rosario ubicada en la actual avenida Olaya Herrera, comenzada a construir en 1882 por iniciativa de los Hermanos de la Caridad y con el objeto de atender a los habitantes del Barrio Abajo.[15] También estaban la de San José, la del Sagrado corazón de Jesús y la de Chiquinquirá. A estos seis templos hay que sumarle aun algunas capillas. Una manera de medir la influencia de la iglesia en la vida de la población es el carácter de sus pastores como el padre Carlos Valiente y Pedro María Revollo, de quienes aun se escuchan anécdotas de sus actividades de caridad y en la vida política o cultural. En 1911, la Asamblea del Departamento del Atlántico solicitó a la Delegación Apostólica en Bogotá su intervención para la creación de la Diócesis de Barranquilla con su correspondiente sede para una silla episcopal, hecho que se cumplió en 1932.
Los protestantes también tenían presencia en la ciudad desde fines del siglo XIX por medio de proyectos educativos. En Agosto de 1888 en la casa del vicecónsul norteamericano se inició un colegio para señoritas con unos pupitres regalados, un piano y con el apoyo del cónsul norteamericano, quien proporcionó su residencia para el proyecto. El 5 de Enero de 1890 se inauguró la Iglesia Presbiteriana Central en Barranquilla con un culto solemne con 24 personas y en Febrero de 1899 abrió sus puertas el Colegio Americano para Varones en edificio alquilado en la carrera 20 de Julio con Santander. La existencia de los protestantes fortalecieron en la ciudad las tendencias laicas y de las libertades civiles, sobre todo de los extranjeros anglosajones y alemanes, quienes eran en su mayoría protestantes y ocupaban posiciones destacadas en la vida comercial y cultural de la ciudad. En 1912 inició labores el Colegio alemán en la Carrera 45 con calle 50, por cierto con influencias protestantes e ideas liberales.
Además del ferrocarril, la ciudad tuvo otro símbolo del progreso: un tranvía tirado por caballos sobre rieles en calles de arena construidos por el ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, quien dispuso la construcción de un Terminal al lado de la Estación Montoya. El 26 de Abril de 1890 por la noche se realizó el primer viaje con una máquina a vapor en medio de la algarabía de la población, pero como la mayoría de las casas eran de paja, se desechó la máquina vapor y se utilizaron mulas.[16] De todos modos, el tranvía era un símbolo de la Belle Epoche en Europa y en algunas ciudades norteamericanas y le daba al caserío de Barranquilla un cierto aire de categoría. Durante los trabajos de tendido de las líneas férreas a cargo del ingeniero Antonio Luis Armenta, se descubrieron en el actual Barrio Abajo restos de un cementerio indígena en un sector bastante amplio. En ese momento la ciudad aun no tenía memoria histórica, todo era tan nuevo y tan vertiginoso que el hecho pasó desapercibido y los valiosos restos arqueológicos fueron enviados en cajas a la Universidad de Ohio en los Estados Unidos. A fines del siglo XX, el arqueólogo Carlos Angulo mostró este hallazgo como una prueba de la existencia de comunidades indígenas en el sector del centro muchos años antes de la llegada de los españoles.[17]
Pero no todo fue comercio, industria y transportes, sino que también actividades culturales y políticas, tertulias y paseos. Desde 1886, el lugar de los encuentros se había trasladado desde la calle 30 hacia el Camellón Abello, en honor de su creador don Antonio Abello, quien se inspiró en lo que el mismo había visto en París. El cronista nos cuenta que: “El vecindario contribuía generosamente con el mantenimiento de este pintoresco Bulevar pues, era de cierta manera antesala también de elegantes residencias en cuya puerta y zaguanes, por las noches, en particular, se convocaba agradable y familiar tertuliadero hasta las nueve de la noche, cuando los bronces de San Nicolás anunciaban la hora de recogimiento”.[18] Cuando en 1910 la Asamblea Nacional Constituyente creó de manera definitiva el Departamento del Atlántico, el gobernador recién nombrado don Daniel Carbonell Wilches ordenó una remodelación del este paseo y trasladaron a la parte norte de la calle una estatua de Cristóbal Colón donada por la colonia italiana de Barranquilla.[19] En la medida que la ciudad ha ido cambiando en su evolución económica, social y cultural, también se ha trasladado su centro de reunión. En las primeras décadas sus habitantes vivieron el cambio desde la calle de Las Vacas (30) al Paseo de Colón (34) y en el transcurrir del siglo XX pareciera que este centro se ha perdido y explicaría quizás la pérdida de la función económica del sector del llamado Centro Histórico. Los intentos de recuperar los edificios, entre ellos el de La Aduana, desde la década de los ochenta del siglo pasado, constituyen el interés de algunos dirigentes cívicos y políticos de remover la memoria colectiva alrededor de una arquitectura que simboliza una época de verdadero esplendor de la ciudad a principios del siglo XX. La creación de la Corporación Cultural Luis Eduardo Nieto Arteta con la correspondiente restauración del resto de edificios hace 15 años es un hito importante en el proceso de recuperación de la memoria histórica de manera simbólica, lo cual se ratifica con la reciente inauguración del Museo Cultural del Caribe en este año.
La vida política propiamente tal era escasa y estaba restringida a algunos líderes que se congregaban para las elecciones. En Barranquilla, como en el resto del país, el liberalismo estaba debilitado y se mantuvo disperso durante los primeros años del siglo. La Guerra de los Mil Días significó la derrota de la oposición liberal y la consolidación del centralismo político en el país, proceso iniciado en la década de los años ochenta por el presidente cartagenero Rafael Núñez que culminó en la Constitución de 1886. Barranquilla perteneció siempre a Cartagena, ya sea como un sitio de libres y luego parroquia hasta el 7 de Abril de 1813 que fue elevada a Villa por la primera república de Cartagena. Después de la Constitución de 1886 los estados soberanos pasaron a llamarse departamentos y Barranquilla pasó a formar parte del Departamento de Bolívar, cuya capital seguía siendo Cartagena y no existía propiamente tal una clase dirigente con objetivos para la floreciente ciudad sino que el gobierno central nombraba en los puestos públicos a las personas cercanas al gobierno, por lo general de raigambre conservadora. En 1890, Carlos Holguín como encargado del poder ejecutivo en Bogotá, había propuesto un cambio constitucional que permitiera la creación de entidades menores, administradas directamente por el gobierno para facilitar las actividades económicas del país. Este proyecto no prosperó por problemas políticos en Bogotá, pero en Barranquilla no despertó mayor interés, lo que viene a demostrar que el auge económico de la ciudad y el surgimiento de una burguesía mercantil aun no había articulado una representación política que defendiera sus propios intereses, si hubiera existido, Barranquilla hubiera sido cabecera de departamento en 1890. Esto ocurrió en 1905 cuando el poder ejecutivo, en manos del general Rafael Reyes, considerado como el impulsor del progreso económico moderno del país, vio la necesidad y creó el Departamento del Atlántico nombrando como primer gobernador a su ministro de guerra Diego de Castro, nacido en Barranquilla en una familia de empresarios y de muy joven vinculado al partido conservador. Este es el acontecimiento político más importante de los primeros años del siglo XX en Barranquilla y da inicio a la vida política propiamente tal de la ciudad, aunque fue un hecho político que se originó “desde arriba”, es decir, desde la dirección política del estado colombiano y no de grupos locales.[20] Ya en la elección del presidente Rafael Reyes, algunos dirigentes conservadores de la ciudad lograron endosar los votos del registro de Padilla en manos del político Juanito Iguarán a favor del candidato Reyes, quien ganó por escasos votos a su contrincante Joaquín F. Vélez. A la necesidad de la economía colombiana de crear nuevos departamentos, se le pudo haber sumado el agradecimiento de Reyes a Barranquilla que le había facilitado los votos para ser elegido. Sin embargo, según el historiador norteamericano Theodore Nichols, cuando intenta explicar el crecimiento de la ciudad desde fines del siglo XIX, nos dice que: “Los factores políticos parecen no haber tenido mucha influencia: las facciones iban y venían al igual que las revoluciones pero el crecimiento constante de Barranquilla escasamente se vio afectado”.[21] De cualquier manera el gobierno de Reyes fue favorable a Barranquilla en los aspectos económicos porque existía un claro interés del gobierno en proyectos productivos para la exportación, y como la ciudad disponía de la conexión al exterior siempre se vio favorecida. En la visita de Reyes a la ciudad en 1907 se reunió con los empresarios locales y gestionó proyectos con la United Fruit Company que ya estaba operando en la vecina Santa Marta y estaba preocupado por los avances del ingenio azucarero de Sincerín en Cartagena.[22]
La creación definitiva del Departamento del Atlántico experimentó varias vicisitudes hasta su consolidación definitiva en 1910. Durante el llamado Quinquenio, se había producido un nuevo cambio y se creó el Departamento de Barranquilla, que incluía los pueblos de la ribera oriental del Río Magdalena. Luego de la caída de Reyes Barranquilla volvió por un breve tiempo a pertenecer a Cartagena hasta que finalmente, y esta vez “desde abajo”, y con la participación activa de grupos políticos que ya existían, se logró que la Asamblea Nacional en Bogotá aprobara la Ley 27 que creó de manera definitiva el Departamento del Atlántico el 8 de Julio de 1910. A partir de ese momento comienza la ardua tarea de organizar la vida administrativa de la ciudad como cabecera de departamento y con su respectiva Asamblea Departamental, lugar en donde se iniciaron los líderes políticos de Barranquilla que dieron origen a lo que podría llamarse dirigencia local. De los dos partidos tradicionales, el conservador estaba ligado al poder central desde los inicios de la Regeneración con Rafael Núñez en 1875, y el liberalismo local, el cual comenzó a partir de 1914 un proceso de reagrupamiento de sus corrientes hasta su unión definitiva como partido en la década siguiente.[23]
En los años posteriores, esta dirigencia o clase política, llegó hasta apostarle a la idea de la creación de una entidad regional que promoviera el progreso y el desarrollo de toda la región caribe en un movimiento que se llamó a si mismo como la Liga Costeña, una asamblea convocada en 1919 por algunos periódicos de la región, grupos de empresarios y políticos de los tres departamentos de ese entonces, el de Bolívar, Atlántico y el Magdalena. Se propuso cooperar “al adelanto comercial e industrial, agrícola, la educación, la enseñanza y la higiene” y que “respetará las autoridades legítimamente constituidas”. [24]
Ya en los años veinte, y ante la amenaza que significaba para Barranquilla la apertura del Canal de Panamá, la dirigencia de la ciudad impulsó la construcción de un puerto a orillas del río y la canalización de la desembocadura. Con este hecho se abandona, al mismo tiempo, todo un mundo de cosas que ocurrieron alrededor de la Calle 30, el Caño de las Compañías, la Intendencia Fluvial, La Aduana, la Estación Montoya, el Ferrocarril de Bolívar y el Muelle de Puerto Colombia. Este pequeño mundo de principios de siglo iniciaba una muerte lenta que dura hasta nuestros días y que se ha tratado de revivir a través de los proyectos de restauración de los ya viejos edificios como símbolos de una época ya pasada.
La presencia de extranjeros en la ciudad se constituye en estas primeras décadas del siglo XX en un rasgo distintivo. El viajero francés Eliseo Reclus, quien pasó por Barranquilla a mediados del siglo XIX, nos dejó este testimonio: “La importancia de Barranquilla se debe casi exclusivamente a los comerciantes extranjeros, ingleses, americanos, alemanes, holandeses, que se han establecido allí en los últimos años; han hecho de ella el centro principal de los cambios con el interior y el mercado más considerable de la Nueva Granada.” En la pensión donde se alojó, Reclus cuenta que vio “extranjeros de todos los puntos del globo y conversando en inglés”.[25] Los extranjeros ya habían comenzado a llegar desde varias décadas antes y al iniciarse el siglo existían colonias que se agrupaban en clubes sociales, formaban parte de la sociedad barranquillera y por lo general ocupaban cargos o ejercían funciones destacadas en la vida comercial y cultural. En 1931 existían 42 diferentes nacionalidades con sus clubes, destacándose el angloamericano y el alemán. La navegación a vapor la inició el sefardí Juan Bernardo Elbers, los transportes de los hermanos Glen, el ferrocarril de Bolívar construido por empresarios alemanes de Bremen, las misiones educativas alemanas, los periódicos de los norteamericanos, el muelle de Puerto Colombia y el tranvía de Barranquilla construidos por el cubano Francisco Javier Cisneros, el Cementerio Universal de los Hermanos de la Caridad, etc. Esta tradición continuó hasta finalizar el siglo XX y Barranquilla es hoy, a pesar de acontecimientos de los últimos años, la ciudad más abierta y tolerante de Colombia, un ideal de vida que se fraguó y consolidó en estas décadas iniciales del siglo XX.
En esta Barranquilla, además de la economía y la política, florecieron las actividades culturales, entre ellas la literatura. La memoria espiritual de Barranquilla le debe al escritor Ramón Illán Bacca el haber rescatado del olvido la vida literaria a comienzos de siglo XX.[26] Uno de los precursores fue el sefardí Abraham Zacarías López-Pehna, radicado en Barranquilla desde 1887, fue cacharrero, librero, boticario y empresario de cine. Fue además, poeta y escritor de novelas que las publicaba en Europa.[27] La tradición recuerda también al legendario Fray Candil, llegado de Cuba dos años antes de iniciarse el siglo XX. Su nombre era Emilio Bobadilla y fue una personalidad muy contradictoria por su carácter provocativo que lo llevó a declararse enemigo de Rubén Darío, el iniciador del modernismo o de José María Vargas Vila. Participó de las tertulias de aquella época en el Camellón Abello, según lo recuerda Julio H. Palacio, y en su ausencia, apareció la novela A Fuego lento, en donde describe a una ciudad ficticia que denomina Ganga, que sin duda es Barranquilla, tal como posteriormente el mismo lo reconoció. La novela comienza diciendo que: Ganga era un villorrio, compuesto en parte de Chozas y, en parte, de casas de mampostería, por más que sus habitantes - que pasaban de treinta mil - negros, indios y mulatos en su mayoría, se empeñasen en elevarle a la categoría de ciudad.[28]
En estos años sobresale la personalidad de Julio H. Palacio, nacido en Barranquilla en 1875 en el hogar de una distinguida familia. Nos ha legado un invaluable registro de la primera mitad del siglo XX a través de sus columnas en el diario El Tiempo de Bogotá tituladas Historia de mi vida, publicadas también en forma de libro. Una mirada liberal, tolerante y republicana de la sociedad de aquel entonces, gran cronista de los acontecimientos nacionales y mundiales, un hombre de mundo, diríamos hoy. Exactamente hace un siglo, escribió una crónica sobre Barranquilla, la cual, según el, no había cambiado mucho en lo que el llevaba de vida, nos cuenta que encontró: las mismas calles que conociera en mi niñez y en mi `primera juventud; sin pavimento, a no ser el de la arena blanca y gruesa que en la estación de las brisas azotaba a los transeúntes. Ya el Camellón Abello se había convertido en el lugar de encuentro y de reunión. Antes del almuerzo, los miembros más distinguidos de la sociedad barranquillera, de todas las opiniones políticas, acudían a la botica de los hermanos Fuenmayor a conversar y discutir sobre todo lo imaginable.
El Club Barranquilla había sido restaurado y agrupaba a un centenar de las personas mas distinguidas de la ciudad. Acostumbraba a jugar allí por las tardes partidas de póker con un servicio de luz eléctrica producida por una modesta instalación. A las seis de la mañana sonaba el pito del acueducto, a las once y treinta de la mañana era la hora del almuerzo y se comía, a más tardar, a las seis y media de la tarde. Las casas tenían albercas y los sanitarios “descargaban sus inmundicias en pozas sépticas”.[29] Nos cuenta que el servicio de aseo “era casi nulo y se encargaban de hacerlo el sol ardiente y los goleros o gallinazos”. La vocación periodística lo hace recordar los periódicos más destacados de esos años, como El Conservador dirigido por Enrique Rasch Silva, padre del poeta Miguel Rasch; El Rigoletto, fundado en 1902 por el mismo junto a Eduardo Ortega y por último El Comercio dirigido por Gabriel H. Pineda. Los teléfonos, que había traído a la ciudad el norteamericano William Ladd en 1885, funcionaban regularmente. Todos estos adelantos en materia tecnológica acercaron un poco a la ciudad al estilo de vida de las grandes urbes europeas y norteamericanas, sin embargo aun en 1920, el encargado de negocios de los Estados Unidos en Colombia P.L. Bell informaba que el correo de Barranquilla a Bogotá demoraba mas que a Nueva York.[30]
El cinematógrafo, inventado en 1895 en Francia, fue conocido en la ciudad en 1897 traído por el samario Ernesto Vieco Morote. Luego de la obligada pausa de la Guerra de los Mil Días, se reanudó en forma a partir de 1903, cuando el 24 de Septiembre en el Teatro Municipal se hizo la primera exhibición de un aparato de proyección movida.[31] El cine como entretención de la nueva urbe continúa una tradición interesante de teatros y espectáculos públicos desde hacía unos 20 años y que refleja la necesidad de una parte importante de la ciudad por el placer artístico en sus variadas formas como teatro, canto, comedias, música y finalmente el cine que en los años siguientes se constituye en una de las atracciones mas excitantes para la población. La necesaria energía eléctrica ya se había regularizado desde 1908 que pudo iluminar las calles principales de la pequeña ciudad. Los llamados salones de cine se multiplicaron y fueron una inversión rentable para los empresarios. Generalmente eran patios con piso de tierra y a cielo abierto. A veces el telón quedaba en el centro del patio y para ver la película de frente costaba 0.20 pesos, y los que pagaban la mitad se situaban en asientos incómodos y les tocaba leer los diálogos al revés. Algunos usaban un espejo o contrataban a alguien que se había especializado en leer desde atrás de la pantalla.[32]
A finales de la segunda década del siglo se produjo el acontecimiento intelectual mas interesante de la época que fue la publicación de la Revista Voces, a cuyo alrededor se congregó un grupo importante de pensadores, literatos, poetas y filósofos que vertían en sus páginas su manera del ver el mundo. Uno de estos intelectuales fue Julio Enrique Blanco, quien nació en 1890 en Barranquilla en la noche del 17 de Mayo del hogar de Martina de la Rosa Álvarez y del ingeniero Pedro Blanco Soto,[33] ambos inmigrantes llegados desde Mompox. Pedro Blanco, como ingeniero, participó en la creación de la primera planta eléctrica de la ciudad en 1889, por sus ideas liberales fue perseguido durante la Guerra de los Mil días, perdió sus bienes y regresó años después a Bogotá. La madre, doña Martina de la Rosa, de familia conservadora y de una esmerada cultura. Los padres de Julio E. Blanco, dejaron una valiosa biblioteca con libros en latín y en francés que habían heredado, a su vez, de sus propios padres momposinos. La tradición ha conservado la imagen de la casa de la familia Blanco-De la Rosa con veladas al mejor estilo europeo de la época, es decir alrededor de un piano, al cual se sentaban a tocar ambos esposos. No es casualidad que medio siglo mas tarde su hijo Julio Enrique fundara en 1940 el Museo del Atlántico, germen de Bellas Artes y de la Universidad del Atlántico.
Otro de los personajes que participaron en el proyecto de Voces fue el español Ramón Vinyes, quien con el correr de los años adquirió el carácter de una leyenda por su amistad con el nóbel colombiano, quien en tributo de tan valiosa amistad lo inmortalizó en su literatura como el Sabio Catalán, que se había leído todos los libros. En los últimos años se ha documentado en detalle sobre la vida de este escritor, tanto en Cataluña su ciudad natal, como su tres estadías en Colombia. Vinyes arribó primero a Ciénaga y luego pasó a Barranquilla y en 1915 poseía una librería en asocio a otro catalán de nombre Xavier Auqué. Como de costumbre el local de la librería se transformó en un tertuliadero de los lectores de libros e interesados en algo más que las cosas cotidianas de la ciudad. La estadía de Vinyes duró una década hasta que fue expulsado de Barranquilla en Junio de 1925 por las autoridades locales, quienes lo colocaron en un barco que lo llevó de regreso a Europa. Las causas que motivaron el hecho permanecen hasta ahora sin aclarar, pudiendo suponerse que tenían algún tipo de connotación política.
Otro de los participantes de la experiencia de Voces es José Félix Fuenmayor, de raíces familiares locales. Además de sus aportes a la revista, se destaca por haber sido de los primeros en Colombia que escribió sobre temas propios de la ciudad alejándose del criollismo de los escritores de la época. Su novela Cosme, considerada como la primera novela urbana del país, y una colección de cuentos con un escenario urbano que es precisamente Barranquilla en la primera mitad del siglo XX. Las familias más pudientes de Barranquilla participaban de la vida política y cultural de la naciente ciudad en sus reuniones sociales, las actividades comerciales, las tertulias en el Camellón Abello o en la tienda de fulano o sutano. Sobre la vida de estas familias ha quedado suficiente información en los archivos notariales y en los muchos periódicos de la época. Pero no se encuentra información sobre el resto de la población, que era la mayoría, un enorme conglomerado de personas que trabajaban en las empresas comerciales, en las pequeñas industrias, en la construcción como albañiles y en múltiples oficios varios que la población requería. Sobre este naciente “proletariado” no existe mucha información escrita que nos cuente sobre la cotidianidad de estas personas, ya sea en su vida familiar o social. Pero la literatura nos ha dejado una valioso legado que nos ilustra un poco en los cuentos del escritor José Félix Fuenmayor. Se trata de la selección de cuentos titulada La muerte en la calle, considerados como los primeros que tienen como escenario a una ciudad en la literatura colombiana y, además, los protagonistas son jornaleros, empleados y trabajadores sencillos en su vida diaria.[34] Por ejemplo Matea, una mujer que “habitaba una casucha de barro y paja en un solar inculto y pedregoso”, y que “en sus quince años no dejó de ser la seca, esmirriada, huesudita, fea cosa que había sido antes y siguió tiempo después”. Temístocles, un zapatero con su taller cercano al mercado público y que dormía los domingos hasta las cuatro de la tarde después de su “habitual borrachera del Sábado”. Un día se juntaron y vivieron juntos, ella le hacía comida y mantenía la habitación en orden y el la maltrataba bastante, hasta que un día Matea lo asesinó con agua hirviendo mientras dormía su borrachera en una hamaca. En otro cuento la mujer se llama Petrona y el Martín, ella llegó en burro y Martín en un caballo trayendo una escopeta, lo que muestra el ambiente rural de estos sectores de la ciudad. La composición étnica de Barranquilla siempre fue mestiza y con influencia africana desde sus orígenes en el siglo XVII, lo que se refleja en uno de estos cuentos cuando un personaje llamado Juan habla de música diciendo que “Yo me paraba no más a escuchar el tambor. Porque vea don Miguel, que ningún instrumento es mejor que el para el modo de conversación en que el coloquio no es con otra persona sino con uno mismo. El tocador soba y estira el cuero golpeándolo con las yemas y con los cantos o con la palma; y, ayudado con las maniobras de su cuerpo, hace que los sonidos suban y bajen por la escala y va sacándole al tambor las palabras tan-tan que el propio tocador se está diciendo por dentro”. En todos estos cuentos, cuyas historias ocurren en la Barranquilla de principios del siglo XX, se nota una fuerte presencia de ideas religiosas católicas en los pensamientos de los protagonistas.
El antioqueño Enrique Restrepo es la otra figura importante en la gestación de Voces, y del cual no se tiene mucha información. Se sabe que trabajó como contabilista en una tienda de unos libaneses. En una entrevista que concedió años más tarde recordaba que:
“En Barranquilla vivía yo en una casita pajiza adonde concurrían por la noche varios aficionados a la lectura. Comentábamos libros que caían en nuestras manos, cambiábamos ideas en general. Asistían a nuestras tertulias Gonzalo Carbonell, lleno de fuego, de nobleza y de entusiasmo; Julio Enrique Blanco, estudioso de poesía de todos los tiempos, poseedor de una pasmosa erudición; Antonio M. Castaño, el espíritu más sutil e irónico que haya conocido; Roberto Castillejo, cuya única ocupación era la lectura; también nos visitaba Hipólito Pereyra, cuyas costumbres y actitudes, aunque eran inofensivas y honestas, constituían el escándalo de la ciudad. Luego recuerda a Vinyes diciendo: “Ramón fue para nosotros el agente de la tentación y el estímulo. A él debo haber cometido el pecado de escribir para el público o al menos publicar, pues entre nosotros no faltaban quienes fuesen ya escritores vergonzantes. Ramón fue el animador. Concurrió a nuestras tertulias. Se discutieron acaloradamente teorías literarias, estéticas y filosóficas. Así nació la revista Voces, que vivió luego agonizando por espacio de sesenta números. La edición fue siempre feísima, execrable, pero el contenido lo animaron siempre el entusiasmo y apasionamiento juveniles”.[35]
Voces alcanzó a publicar sesenta números, y el último apareció el 30 de abril de 1920. El juicio posterior de esta experiencia intelectual en Barranquilla es muy diverso. Para algunos se trata de una revista del siglo XIX, para otros es un acontecimiento pionero en Colombia. Lo que si queda demostrado, más allá de las opiniones de los estudiosos de la literatura, es que Voces agrupó a los lectores de libros y escritores de la ciudad de Barranquilla a principios del siglo XX y que demuestra que la naciente ciudad no era solo un emporio de intercambios comerciales y de movimiento de carga por el puerto fluvial, sino que también por sus arenosas calles se movían hombres dedicados a las letras y las ideas del mundo de ese momento. Para el escritor Ramón I. Bacca, editor de los sesenta números de Voces, esta “fue una de las mejores revistas culturales hechas en Latinoamérica en la segunda década del siglo XX”.[36]
Hay otros eventos culturales en las dos primeras décadas que son dignas de mención. Uno de estos es la creación del Centro Histórico de Barranquilla, por parte de distinguidos personajes que vivían en la ciudad. En Junio de 1910 culminaron con éxito los esfuerzos del educador Jorge N. Abello de crear esta institución con el apoyo de la Academia Colombiana de la Historia de Bogotá.[37]
¿Qué hizo que Barranquilla, savia joven del árbol nacional, haya podido superar a sus dos rivales vecinas Cartagena y Santa Marta al comenzar el siglo XX? Algunos historiadores, quizás la mayoría, se han concentrado en describir las condiciones materiales de este auge, como la geografía, la localización de la ciudad a orillas del Río Magdalena cerca de su desembocadura y las obras civiles como el ferrocarril de Bolívar y el Muelle de Puerto Colombia. Todo esto es muy importante, pero no logra explicar todo el cuadro que hemos descrito. Si se analiza en detalle el aspecto geográfico, encontramos que desde Junio de 1894 en adelante, Cartagena cuenta con una conexión ferroviaria que la comunica con el Río Magdalena poniendo su bahía a disposición de los exportadores de café y a los importadores de mercancías de los países industrializados. Finalmente, los porfiados hechos indican que estos comerciantes o empresarios de industrias sencillas, prefirieron Barranquilla, y sobre todo los extranjeros, quienes encontraron acá una nueva patria. Es posible que los empresarios optaron por Barranquilla debido a su condición de haber nacido como un sitio de libres, lejos de Dios y de la ley en el siglo XVII, proceso en el cual el caserío se impregnó de un sentimiento mestizo y tolerante por haber nacido como un refugio amable de los mezclados de “todos los colores”, y que en al finalizar el siglo XIX pudo acoger sin temor a extranjeros de diversas nacionalidades, quienes a su vez crearon un ambiente propicio para los negocios y para una vida burguesa y cosmopolita que no se podía dar en las vecinas ciudades de origen colonial como Cartagena y Santa Marta.
Al nacer el siglo XXI, la ciudad se enfrenta a un mundo bastante cambiado y quizás su reserva más importante en nuestra época, marcada por el incremento de los intercambios entre todas las civilizaciones del planeta, sea el carácter abierto y cosmopolita que hunde sus raíces en su origen colonial como sitio de libres, un carácter que se terminó de fraguar en las primeras décadas del siglo XX. Las actuales generaciones serán las encargadas de exaltar este patrimonio intangible de Barranquilla, de larga duración y como el fundamento de una nueva realidad determinada por el afán de los habitantes del planeta de romper los muros macondianos y conformar una gran aldea global. La Corporación Cultural Luis Eduardo Nieto Arteta, encargada de custodiar la memoria de la humanidad en la Biblioteca Piloto y la memoria local con el Archivo Histórico del Atlántico, se incorpora con orgullo y seguridad a un nuevo mundo que se nos acerca cada día.
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[1] NIETO A., Luis E. El café en la sociedad colombiana. Bogotá: El Ancora Editores, 1958. P. 20.
[2] CONSUEGRA B., Ignacio. La Estación Montoya. El edificio de las nostalgias. Barranquilla: Editorial Mejoras, 2002. p. 22 y 59.
[3] BAENA, Fernando, y VERGARA, José Ramón. Barranquilla, su pasado y su presente. Barranquilla: Banco Dugand, 1922.
[4] Véase el artículo Barranquilla y sus historiadores en: VILLALON, Jorge. Historia de Barranquilla. Barranquilla, Ediciones Uninorte, 2000.
[5] HALPERIN DONGHI, Tulio. Historia Contemporánea de América Latina. (1969). Madrid: Alianza Editorial, 1990.
[7] NIETO, 1992. Op.Cit. p. 11.
[8] BLANCO, José A. El censo del Departamento del Atlántico en 1777. En: Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia. Vol. XXVII, No 104, 1972.
[9] ACOSTA, Nacianceno. Movimientos sociales en la ciudad de Barranquilla. 1910-1925. En: Revista Amauta Nº. 5. Barranquilla, 1988.
[10] ACOSTA, 1988. Op.Cit.
[11] OSPINO, Porfirio. El desarrollo urbano de Barranquilla y su dinámica regional: 1777-1993. En: SANCHEZ, Luis. Barranquilla: Lecturas urbanas. Barraquilla: Universidad del Atlántico, 2003.
[12] VERGARA Y BAENA, 1922. Op.Cit. p. 496.
[13] VERGARA, 1922. Op. Cit. P. 453 ss; BECERRA, Jorge. Historia de la Diócesis de Barranquilla. Bogotá: Banco de la República, 1993.
[14] GOENAGA, Miguel. Lecturas locales. Barranquilla: Gobernación del Atlántico, 1953. p. 446.
[15] REVOLLO, Pedro María. La Iglesia del Rosario. Revista Mejoras Nº 38 de 1939.
[16] GOENAGA, Miguel. Lecturas locales. Barranquilla: Tipografía Goenaga, 1944. p. 1 ss.
[17] PEREZ DE BARRADA, José. Colombia de Norte a sur. Bogotá, 1943. P. 5 y ss. También: ANGULO, Carlos. Contribuciones a la historia antigua de Barranquilla. En: Revista Huellas Nº 35. Barranquilla: Universidad del Norte, 1992.
[18] DE LA ESPRIELLA, Alfredo. Parábola vital del Paseo Bolívar. Barranquilla: Universidad Autónoma del Caribe, 1999.
[19] En 1937 la estatua de Colón se trasladó a la Plaza de San Nicolás y la de Simón Bolívar se colocó en su lugar hasta el día de hoy. En su estilo tan original, Alfredo de la Espriella cuenta que las estatuas en Barranquilla caminan, y en el caso de Colón ya ha realizado cuatro viajes hasta llegar hasta su sitio actual en la carrera 50.
[20] COLPAS G., Jaime. La formación del Departamento del Atlántico. 1905-1915. Barranquilla: Ediciones Gobernación del Atlántico, 2005. p. 21.
[21] NICHOLS, Theodore. El surgimiento de Barranquilla. (1954) En: BELL, Gustavo. El Caribe Colombiano. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 1988. p. 213.
[22] PALACIO, 1994. Op.Cit. p. 459; PEDRAZA, Pedro. A. Excursiones presidenciales. Apuntes de un diario de viaje. (Rafael Reyes) Mass., Nordwood, 1909.
[23] ALVAREZ, Jaime. El liberalismo en el Departamento del Atlántico. 1905-1922. Barranquilla: Universidad del Atlántico, 2002. p. 109.
[24] GOENAGA, Miguel. Lecturas locales. Barranquilla: Tipografía Goenaga, 1944. Segunda edición en 1953. p. 197; POSADA CARBO, Eduardo. Notas sobre la Alianza Regional de 1919. En: Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Nº 22. Bogotá, 1985.
[25] RECLUS, Eliseo. Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura. 1992. p. 74.
[26] BACCA, Ramón Illán. La narrativa en el Atlántico, 1920-1940. El mundo de Cosme. En: Revista Huellas Nº 30. 30. Diciembre de 1990; Escribir en Barranquilla. Ediciones Uninorte. Barranquilla, 1998; Revista Voces. 1917-1921. Editor. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 2003.
[27] SOURDIS, Adelaida. El registro oculto. Los sefardíes del Caribe Colombiano en la formación de la nación colombiana. Bogotá: Academia Colombiana de la Historia, 2003. p. 76.
[28] BOBADILLA, Emilio. A fuego lento. (Barcelona, 1903) Barranquilla: Ediciones Gobernación del Atlántico, 1994. p. 15.
[29] PALACIO, Julio H. Historia de mi vida. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 1992. p. 196. Las crónicas de Julio H. Palacio aparecieron en El Tiempo de Bogotá a principios de los años cuarenta del siglo XX. En forma de libro han aparecido compilaciones, en 1942, en 1992 y en 1994. Una breve reseña sobre su vida en: Academia de la Historia de Barranquilla. Personajes. Barranquilla, 1995. p. 134.
[30] POSADA CARBO, Eduardo. Una invitación a la historia de Barranquilla. Bogotá: Cerec, 1987. p.40.
[31] VERAGA Y BAENA, 1922. Op.Cit. p. 491.
[32] NIETO IBAÑEZ, José. Barranquilla en blanco y negro. Historia del séptimo arte en la ciudad. 1876-1935. Tomo I. Barranquilla, Editorial Mejoras, 2005. p. 224.
[33] NUÑEZ MADACHI, Julio. Dimensión espacial y temporal originaria en la vida de Julio Enrique Blanco. En: Revista Huellas N° 28. Barranquilla: Universidad del Norte, 1990. Sobre Blanco véase también: BERMUDEZ, Eduardo. Filosofía sin fronteras. Barranquilla: Universidad Simón Bolívar, 2008.
[34] FUENMAYOR, José Félix. La muerte en la calle. Bogotá: Editorial Santillana, 1994. Sobre estos cuentos véase. BACCA, Ramón Illán. Editor. 25 cuentos Barranquilleros. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 2000.
[35] BACCA, Ramón. Ramón Vinyes en Barranquilla. 1914-1925. En: Revista digital Memorias. Año 2, Nº 3. Uninorte. Barranquilla. Colombia. 2005.
[36] BACCA, Ramón. Editor. Voces. 1917-1920. Barranquilla: Ediciones Uninorte, 2003. p. III.
[37] DE LA ESPRIELLA, Alfredo. Cátedra Cívica N° 5. Julio de 2007.
que largo ayuda
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